Es una buena noticia que podamos votar en estas elecciones congresales extraordinarias. La mala noticia es el resultado que se puede anticipar.
El Congreso anterior murió por un problema de representación. Elegida una mayoría muy amplia, esta se sintió todopoderosa.
El poder absoluto en el Congreso encegueció a la mayoría y a sus líderes. Perdieron, con ello y, por tanto, vigor, vigencia, representatividad.
La mayoría, por grande que fuera, se debilitó y quedó en manos del presidente Vizcarra. El jefe del Estado, aprovechando esa debilidad y la debilidad de nuestras instituciones, cerró el Congreso. Consiguió, incluso, una consagración del Tribunal Constitucional.
Las elecciones de hoy tendrían que arreglar esto. Tendrían que arreglar la distorsión en la representatividad y tendrían que arreglar la debilidad institucional.
El Congreso que vamos a elegir hoy, sin embargo, será menos representativo que el anterior. El Congreso anterior se hizo débil en el camino; este nace, de antemano, sin vigor.
Es previsible que hoy no elijamos una mayoría abrumadora. Vamos a tener un Congreso compuesto de varios grupos minoritarios.
El proceso electoral ha sido precipitado. Entre las revelaciones sobre manejos partidarios corruptos o, por lo menos, sospechosos, las fuentes de financiación se deben haber acotado.
Una campaña electoral sin recursos trae un problema: impide dar a conocer las propuestas y a los candidatos. Al haber menos tiempo de exposición, casi no hay debate ni contraste de proyectos o programas de acción.
La mayor parte de electores, ¿va a elegir a candidatos por sus programas y proyectos legislativos?
Uno de los criterios que inclinarán la balanza es “al menos no es corrupto”. Con poco tiempo de campaña y con una campaña pobre, no conoceremos realmente hasta dónde llega esa honestidad.
La honestidad, además, no se conoce sino hasta que se entrega poder a un ser humano. No conocemos a los candidatos y no sabemos qué piensan ni qué quieren.
Elegidos así estos congresistas, ¿podemos suponer que nos representarán? ¿Van a votar como queremos que voten, van a fiscalizar como queremos que fiscalicen?
Está garantizada, desde el inicio, la distorsión del mandato y de la representación. Muchos postulantes al Congreso no tienen mucha idea de sus funciones y de las tareas específicas de este período complementario.
No hemos visto a ninguno que haya ofrecido revisar los decretos de urgencia emitidos durante el “interregno parlamentario”. Esta es una tarea específica ordenada por la Constitución en estos casos. ¿Han estudiado los candidatos los DU?
Los criterios para elegir a estos candidatos son tan precipitados como todo el proceso. Cuando eliges algo de manera atolondrada, nunca sale bien. ¿Por qué sería distinto en la política nacional?
Se trata, además, de un Congreso que tendrá tres legislaturas, probablemente. Atomizado como estará, ¿podrá hacer reformas constitucionales?
Este Congreso corto, ¿podrá estudiar la experiencia política reciente para incorporar los cambios necesarios? ¿Podrá representarnos en ese empeño?
La atomización del voto y la pobreza de la campaña le van a dar más poder al votante preferencial. Si menos electores usan el preferencial, los pocos que optan por él van a decidir, en menor número, quiénes serán los congresistas.
Esta asimetría va a extremar el divorcio entre el representante y los representados.
Los congresistas serán elegidos por menor número de electores. Esos pocos electores van a imponer a sus candidatos al resto de electores, que son mayoría.
Tendremos, con ello, nuevamente, una distorsión en la representatividad. Y una distorsión más grande que la del 2016.
Un Congreso con menor vigor de representación, atomizado y con muchos congresistas novatos, será un Congreso con menor capacidad para reclamar sus fueros. Esta elección resultará en una mayor debilidad de la independencia de poderes.
Quizá mucha gente quede contenta con ese resultado. A muchos les molesta tener un Congreso que frene los poderes del Ejecutivo. Gustan más de las mayorías que de la democracia.
El Congreso que elegimos hoy es solo un eslabón. La cadena es la de una especie de “desconstitucionalización”.
El Congreso no representará cabalmente a los ciudadanos. Habrá menos “representación”. Eso no es más, sino menos democracia; no es más, sino menos Constitución.