“Nosotros, los migrañosos”, por Josefina Barrón
“Nosotros, los migrañosos”, por Josefina Barrón
Josefina Barrón

La es un ejército fantasma que se atrinchera en nuestras cabezas, volviéndolas zonas de guerra. Cambia de estrategia bélica, ataca de noche, bombardea apenas llega el día, derrapa sinuosa por los resquicios del cerebro, destruyendo los campos de cultivo, dinamitando la hierba fragante, mermando pensamientos, voluntades, sueños, estampas de color, ensombreciendo en cada una de sus avanzadas asesinas los espacios de luz hasta imponer oscuridad y sumir en el lodo los despojos de nosotros, sus víctimas, tan solo mortales incautos arrodillados con las sienes entre las manos vacías. O colmadas de ese insufrible dolor.

No tiene nombre ni apellido el enemigo, es migraña a secas, así de bastarda, contubernio del humano y la violencia de sus nuevos tiempos , de la anomia en que se siente cada vez más cómodo, de su luz artificial que expande como solución a la inmediatez de los problemas, que emana orgulloso, de las ondas electromagnéticas que a través de poros, retinas, bocas y oídos permitimos ingresar a nuestros organismos para entristecer los recintos interiores que nos contienen, esos que alguna vez animamos con ritmos y trazos espontáneos, como hicieron nuestros antepasados. Ellos no sabían de migrañas, y sí de árboles, frutos, semillas.

La migraña es la consecuencia de la antinatura que nos comprende hoy sedentarios, obsesos por un trabajo mal concebido, ansiosos de todo lo nuevo que se volvió obsoleto en paralelo, felices porque nuevas brújulas lo señalan y ya no el norte, ese único norte que hace girar la Tierra. La migraña es el sabor amargo del edulcorante, el gusto áspero, ácido, fluorescente, incandescente, de los saborizantes, el humor negro, malparido, abatido, de los colorantes, la vejez precoz, rancia, senil y pestilente de los preservantes, el ceño fruncido y poco natural de las fibras sintéticas, el crecimiento desmesurado y prepotente, gigantón y poco atractivo, porque así lo mandan las hormonas que inyectamos, a las cosas que comemos día a día. Allí las velas que huelen a paraíso, a brisa de mar, a manzana con canela, las aguas que saben a durazno sensual o a suave vainilla, allí los azúcares que de tan refinados son los venenos más sutiles del mundo, el excesivo uso del glutamato monosódico, allí los celulares, sus cargadores y cargadores de cargadores, sus megas correteando a nuestro aire, los cables, cablecitos, wifis, Bluetooths y antenas de televisión robándose nuestras chacras y estómagos varios, nuestros hígados, sangres, humores y líquidos encéfalo raquídeos alborotados ya no por la luna, nuestros espacios sagrados ahora enrarecidos, nuestros medios ambientes que nunca más serán nuestros, ni medios ambientes.

La migraña es la maraña de la era. Ante ella los neurólogos escudriñan el cerebro como al universo. Y el enemigo sigue avanzando, atrincherándose, apoderándose de nosotros, desde nuestras cabezas, hasta nuestros pies.