(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Torres

En el octavo piso del estadio de Copenhague queda el Geranium, el único restaurante tres estrellas Michelin ubicado al lado de un campo de fútbol. El restaurante danés quedó en el puesto 19 entre los 50 mejores restaurantes del mundo en la votación por the World 50 Best, que se conoció esta semana. El danés le ganó al australiano Atica, que quedó en el puesto 20, pero perdió ante los peruanos Central y Maido, que alcanzaron los puestos 6 y 7 del ránking mundial. La lista de los 10 mejores del mundo la completaron tres españoles, dos franceses, uno de Tailandia, otro de Estados Unidos y el número 1 fue el italiano Osteria Francescana. El Perú celebró, además, el Diners Club Lifetime Achievement Award que ganó merecidamente Gastón Acurio.

En el no avanzamos a la siguiente ronda, pero le jugamos de igual a igual a Francia y Dinamarca, y el pundonor de nuestro equipo nos llenó de orgullo. Hasta hace unos años el Perú era solo admirado en el mundo por . Desde hace una década nuestros cocineros empezaron a asombrar a los conocedores y nuestra gastronomía se volvió motivo de orgullo nacional. Desde este Mundial de Fútbol, nuestro equipo se ha ganado el respeto de los aficionados y la fervorosa hinchada peruana la simpatía de la prensa mundial.

Con el mismo orgullo que sentimos por Machu Picchu, por nuestra gastronomía y, ahora, por nuestro fútbol, deberíamos apreciar que el Perú es uno de los países más destacados del mundo en otros campos. Somos el segundo productor mundial de plata y cobre; y el tercero de estaño, zinc y otros minerales. En oro somos el mayor productor de América Latina. En pesca también ocupamos el primer lugar en la región y el sexto en el mundo. Y en agroindustria, somos los mayores exportadores del mundo de espárragos frescos, quinua, maca y nueces de Brasil; y estamos entre los cinco primeros en paltas, arándanos, mangos, cacao, uvas y conservas de espárragos y palmitos.

Los éxitos alcanzados gracias al esfuerzo de nuestros ingenieros, técnicos y obreros no deben ser menospreciados. El Perú tiene una geografía muy difícil. Hacer empresa fuera de la capital, como lo hace la agroindustria, la pesca, la minería o el turismo, es competir –como fuentes de ingreso para la población– con la informalidad, la minería ilegal, el narcotráfico y la corrupción. Las empresas que desarrollan operaciones fuera de la comodidad de las grandes ciudades merecen ser alentadas y no trabadas, como a veces ocurre.

Francia y Dinamarca nos vencieron ajustadamente en Rusia. La próxima semana podemos ganarle a Australia, sin embargo, fuera de la cancha, los tres nos llevan una gran ventaja. En el ránking de Competitividad del World Economic Forum (WEF), Dinamarca está en el puesto 12, Australia en el 21, Francia en el 22 y Perú en el 72. Como consecuencia de ello, la calidad de vida en dichos países es muy superior a la nuestra.

El Perú ha multiplicado su ingreso per cápita por cuatro en los últimos 25 años y hoy somos mucho más competitivos que en el pasado, pero todavía nos falta un buen trecho por recorrer y nuestra azarosa vida política no deja de decepcionarnos. Tenemos mucho que aprender de países como Dinamarca, Australia y Francia, nuestros contendores en el Mundial, no tanto en fútbol como en cultura cívica. Según el WEF, una de las claves de su progreso está en el buen funcionamiento de sus instituciones. Nuestros políticos deberían tomar debida nota de ese dato.

Entre tanto, el reconocimiento internacional alcanzado esta semana por nuestros chefs y nuestra selección de fútbol nos deja algunas lecciones muy valiosas. Entre ellas, que la creatividad rinde más con disciplina, que el talento individual se potencia con el trabajo en equipo, que la perseverancia –levantarse después de cada derrota– rinde hermosos frutos.

Mención aparte merece nuestra hinchada. Nunca una selección peruana había jugado ante estadios repletos de peruanos tan lejos de su país. Ver a miles de compatriotas entonando nuestra música y luciendo la camiseta peruana por las calles de Rusia, cantando nuestro himno con entusiasmo y alentando sin pausa a nuestra selección, embargaba de emoción no solo a quienes ahí estaban sino a quienes los seguíamos a la distancia. “Como periodista deportivo puedo decir que en toda mi vida no he visto algo igual”, escribió un periodista alemán refiriéndose a la hinchada peruana. “Y al final, cómo no querer al Perú” tituló un diario francés.

El sentimiento patriótico que nos envolvió esta semana no debería quedar ahí. Podría llevarnos a apoyar a otros esforzados equipos de personas como, por ejemplo, los que nos permiten destacar en toda la gama de exportaciones o en experiencias inolvidables para los turistas que nos visitan. Pero también debe impulsarnos a un cambio de actitud. A comportarnos cada vez menos como desconcertadas gentes y cada vez más como ciudadanos responsables que aman a su patria.