Quemar muñecos con rostros de personajes reales en Año Nuevo tiene un gran valor simbólico. La quema expresa el deseo de dejar atrás lo malo, con la esperanza de entrar a un año renovado y sin malas vibras
Desde presidentes y políticos hasta entrenadores y dirigentes de fútbol, pasando por personajes de la farándula, la quema de muñecos refleja el deseo intenso de que el personaje elegido deje de influir en nuestras vidas.
Los muñecos favoritos al final del 2015 (según una nota publicada en este Diario el 31 de diciembre) incluyen a Ollanta Humala, Nadine Heredia, Alan García, Daniel Abugattás y Alejandro Toledo. Bastante atrás en relación a su presencia en otros años, Manuel Burga.
Pero la quema es también fuente de frustración. Iniciado el año el personaje ‘quemado’ sigue presente en nuestra vida. Parecen muñecos hechos de asbesto, el material que usan los bomberos en los trajes antifuego. Seguimos cargando con su presencia e influencia y tomando conciencia que lo simbólico no es real.
Es interesante la menor presencia de Burga en relación a otros años. No se debe a pocas apariciones en las noticias. Su extradición está en las primeras planas. Pero parece que como la justicia norteamericana le ha prendido fuego de verdad, se ha reducido la necesidad del fuego simbólico.
Algo similar ocurrió con Alberto Fujimori. Su presencia en las quemas de fin de año se diluyó con su juzgamiento y encarcelamiento. Hoy a nadie le interesa quemarlo a pesar de que sigue apareciendo en las noticias y que su hija es una de las candidatas más importantes a la presidencia.
Parece que hay una relación directa entre la quema de muñecos y el funcionamiento de la institucionalidad. Cuando las instituciones funcionan (en el caso de Burga las norteamericanas y en el caso de Fujimori las peruanas) el deseo de prender fuego a un personaje (un acto, dicho sea de paso, particularmente violento) se diluye. Interesante que ni Belaunde Lossio, ni Orellana, ni Oropeza (todos tras las rejas) tengan protagonismo en la quema de fin de año.
En cambio, cuando las instituciones fracasan o no han operado como se espera (como podría ocurrir con las recurrentes y siempre frustradas acusaciones penales contra Alan García o el escándalo mediático de las agendas y el uso poco claro de fondos por Nadine), el protagonismo de los involucrados se vuelve muy relevante. Curioso que Toledo, candidato minimizado en las encuestas, figure entre los candidatos a la quema, en aparente relación al lío de las casas supuestamente compradas con indemnizaciones a su suegra por el Holocausto. Y sin duda hay relación entre la falta de institucionalidad y formas de violencia bastante más dañinas que la quema de muñecos, como la justicia por mano propia al estilo de ‘chapa tu choro’.
Hemos avanzado mucho en los últimos 25 años, pero la institucionalidad sigue siendo débil. Las reglas de juego no son claras. El recientemente fallecido premio Nobel de Economía Douglas North decía que la institucionalidad es la que hace la diferencia entre el desarrollo y el estancamiento. Un país necesita reglas formales (constituciones y leyes) consistentes con el desarrollo y la seguridad. Necesita también mecanismos de ‘enforcement’ o de cumplimiento de tales reglas (jueces, policía y autoridades justas y confiables). Y necesita, finalmente, reglas informales, que sin estar escritas en el papel, están interiorizadas en la cultura y en la conciencia de la gente, como el desechar la criollada y cambiarla por valores como el respeto de la palabra empeñada, la puntualidad y el reconocimiento del esfuerzo como factor principal del éxito.
No es casualidad que la quema de muñecos sea un fenómeno principalmente latinoamericano, en donde la institucionalidad es débil. Esos muñecos de asbesto sobreviven a quemas simbólicas año tras año, generando descontento y frustración.