Casi todo está dicho sobre las regionales y municipales. Me concentro solo en el impacto que tienen en el principal derrotado, el tambaleante .

Para empezar, desde su entorno trataron de estructurar para estas contiendas movimientos políticos nacionales auténticamente “castilistas”; a saber, el Partido Magisterial y Peruanos Como Tú. Ninguno logró reunir las poquísimas firmas que se requieren y mucho menos formar los comités provinciales y distritales necesarios. No llegaron ni al partidor. Tampoco Verónika Mendoza, su aliada, que tuvo que devolver Juntos por el Perú, el partido que le prestaron para el 2021.

A Perú Libre le ha ido pésimo en estas elecciones. Como le fue en las presidenciales del 2016, cuando Cerrón, estando en el rubro ‘otros’, decidió retirarse para salvar la inscripción del partido. Y es que lo que consiguió Castillo no es hechura de Cerrón, sino en mucho del azar. Jugando a ser un Robin Hood andino, que les quitaría a los ricos para darles a los pobres, logró ganar la primera vuelta con el 11% de los sufragios habilitados para votar. Si hoy se atreviera a repetir las astutas frases de su campaña (“no más pobres en un país rico” y “palabra de maestro”), los oyentes oscilarían entre la arcada y la carcajada.

Termina de caer el mito promovido por las diversas fracciones de la ultraizquierda de que detrás de ellos hay un pueblo movilizado que vibra por una nueva Constitución que refunde al Perú.

A este desastre electoral se le suma el desmoronamiento de Acción Popular (mérito de ‘Los Niños’ de Castillo) y que la plaza más importante, Lima, la haya ganado López Aliaga, de la oposición más dura.

Después del breve interregno electoral, la escena nacional se impondrá de nuevo. Y en ella, Castillo ha estado jugando sin éxito las pocas cartas que le quedan frente al avance de las investigaciones. Sus abogados han fracasado en todas las argucias legales para que su hija putativa pueda librarse de los 30 meses de prisión preventiva. Sus intentos por descalabrar al equipo especial de la PNP que apoya a la fiscalía han tenido un costo político elevadísimo y, hasta ahora, sin resultados.

Otro desastre para el inquilino precario de Palacio es que, según un manifiesto de vuelo de la FAP, “Lay Vásquez” estuvo en el avión que llevó a Castillo a Chiclayo, pero ya no en el de regreso. Todos leemos un “Fray” mal escrito, pero el Gobierno dice que la confusión era con un tal “Yoni”.

Según Carlos Paredes, en “Caretas”, citando a “fuentes acreditadas de la inteligencia policial”, de Chiclayo ese día Fray Vásquez siguió ruta hacia Ecuador protegido por el coronel Martín González (a) ‘Conejo’, exjefe de la Digimin. Que con él cruzaron a Ecuador, luego a Colombia, para, finalmente, recalar en Venezuela.

La extrema gravedad de esta denuncia no requiere mayor explicación. Y para Castillo, el hecho de que lo hayan puesto en evidencia es una confirmación de que, bajo un marco institucional democrático, no va a poder escapar a su destino. Por esa razón, me parece muy inquietante el tipo de control que está buscando en la Fuerzas Armadas y en la Policía Nacional del Perú (PNP).

En el caso del Ministerio del Interior –por lo menos por ahora–, no se ha logrado la censura del ministro Huerta y este sigue dedicado a la no captura de los prófugos de la justicia. En cambio, es muy positivo que ya no se pueda cambiar hasta dentro de dos años al comandante general de la PNP, porque a todas luces la movida era poner al reincorporado general chotano a cargo de la Inspectoría, para que luego de expectorar a Harvey Colchado asumiese la comandancia de la PNP.

Lo ocurrido en el Ministerio de Defensa es mucho más peligroso. El nombramiento del general Barragán es el más reciente capítulo del intento de Castillo de controlar políticamente a las Fuerzas Armadas. Barragán es un etnocacerista del cogollo. Más cercano al recién liberado asesino de policías en Andahuaylas, no puede haber. Con el añadido de que Antauro, desde el año pasado, le ofreció a Castillo que él y solo él podía controlar a las Fuerzas Armadas.

Sorprende que una designación que aumenta el riesgo de que un presidente desesperado intente un zarpazo autoritario esté pasando así de colada.

El otro gran frente en el que la tormenta avanza es el de la fiscalía. De la mano de testigos protegidos y aspirantes a colaboradores eficaces, están abocados a la corroboración y contrastación de sus denuncias contra el propio Pedro Castillo y lo que queda libre de su entorno.

La grosera obstrucción de la justicia que incluye una sucia campaña de desprestigio de la fiscalía, a la par de la construcción de casos cada vez más sólidos, tendría como desenlace el pedido al Congreso de suspenderlo temporalmente (mientras duran las investigaciones), para que estas puedan realizarse sin el boicot permanente desde lo más alto del poder político.

Creo que en octubre no habrá milagros y el ‘prosor’ Castillo, que de seguro ha leído toda la obra de Oswaldo Reynoso, lo debe intuir.

¿Qué hará frente a ello? ¿Lo dejaremos hacerlo?

Carlos Basombrío Iglesias es analista político y experto en temas de seguridad