“Ahora que tenemos un mundo distópico, sería bueno que la humanidad creara alguna utopía”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Ahora que tenemos un mundo distópico, sería bueno que la humanidad creara alguna utopía”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).

Estuve en Encarnación, la segunda ciudad de Paraguay. Desde el hotel Savoy veo un hermoso atardecer frente al río Paraná. Más allá puedo divisar la ciudad de Posada, en Argentina. Este río es parecido al Ucayali o al Marañón; es un afluente del río de la Plata que conocí hace 46 años, precisamente cuando estuve en el país gaucho, en la provincia de Entre Ríos.

El principal motivo de mi viaje a la nación guaraní, además de disfrutar de unas vacaciones y visitar a unos parientes, fue conocer las famosas ruinas donde estuvieron situadas las misiones de los jesuitas durante el Virreinato español. Estas están esparcidas entre distintas provincias. Conocí dos: la de la Santísima Trinidad del Paraná (la más completa) y la Misión de Jesús, ubicada a unos 12 kilómetros de distancia de la primera.

El valor de estas ruinas, patrimonio de la humanidad, radica en que ambas son testigos de uno de los experimentos más extraordinarios de la historia concebido para alcanzar el ideal de igualdad que, desde la Revolución Francesa, es uno de los dos grandes principios de la democracia (el otro es la libertad). Pero lo que más llama la atención es que se haya llevado a cabo en una época en la que este principio carecía del valor que le damos ahora, salvo para una minoría de “utópicos” que apareció entre los siglos XVII y XVIII.

Sucedió durante el reinado de Felipe II, quien tuvo que aceptar la impotencia de no poder imponerse a la resistencia de los guaraníes. En 1609, autorizó al superior general de los jesuitas a fundar una especie de Estado autónomo en Paraguay. Lo que no se podía hacer por las armas, ahora se haría por las enseñanzas de los evangelios.

Aquí empieza una forma de organización igualitaria que algunos historiadores del socialismo han llamado la “república comunista cristiana del Paraguay”. Los jesuitas, que fueron a la vez autoridades temporales y guías espirituales, organizaron el régimen de las reducciones, llamadas misiones, bajo el modelo del cristianismo primitivo, y reglamentaron la vida cotidiana de manera monástica. Así, por ejemplo, los bienes de producción eran de propiedad común. El suelo, las casas, las capillas y todos los medios de producción pertenecían a las reducciones de forma indivisible. Todas las industrias y todos los trabajos tenían lugar en talleres comunes. Los productos del trabajo eran de propiedad común y se repartían según las necesidades de cada uno. Los caciques también trabajaban. Las chozas y las habitaciones eran todas iguales y los vestidos, uniformes. Los enfermos y los viejos eran protegidos por la comunidad. No había dinero ni salario. Todos iban a misa convocados por unas campanadas. Los niños estudiaban en guaraní en las escuelas, lo que quiere decir que los jesuitas aprendieron el idioma nativo. Se gobernaba con plena libertad. Había un consejo elegido, pero los jesuitas establecían una lista única de candidatos.

Teóricamente, los jesuitas eran los consejeros, pero, en la práctica, tenían el monopolio de los contactos entre las reducciones y el mundo exterior. Estas reducciones duraron hasta que, por conflictos con los colonos que querían esclavizar a los guaraníes, las intrigas contra los jesuitas en la Corte de Madrid y el deseo de algunos nativos de autogobernarse sin la tutela de los sacerdotes, la Compañía de Jesús fue disuelta y sus miembros tuvieron que evacuar las misiones. Estas fueron reconocidas y admiradas por pensadores como Montesquieu y Voltaire. Este último las llegó a calificar como un “gobierno único en la Tierra”.

Ahora que tenemos un mundo distópico, sería bueno que la humanidad creara alguna utopía; es decir, un proyecto en el que predomine la solidaridad, la libertad, la igualdad, la dignidad y el autogobierno, donde haya desaparecido la pobreza y la maldad. Es una necesidad ética que puede realizarse utilizando la tecnología moderna. Es cierto, ninguna utopía llevada a la práctica hasta el momento ha sido perfecta, pero la vida entre los seres humanos puede ser perfectible.

‘Utopía’ viene del griego ‘ou’ (que significa ‘fuera’) y ‘topos’ (que quiere decir ‘lugar’). Lo que está fuera del lugar, lo que está fuera de la realidad. Pero yo he visto las ruinas de una realidad; he visto el lugar de la realización de la utopía en Paraguay.

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