(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Bullard

El fin de la vida se presta para el adjetivo fácil. Y es que es difícil (y políticamente incorrecto) no hablar bien de una persona que acaba de morir. Y ello crea un problema: es difícil hablar realmente bien de alguien que nos acaba de dejar sin que lo que se dice no sea considerado una exageración justificada por las circunstancias.

Pero hoy (se lo aseguro) no voy a exagerar. Nada de lo que diga está motivado por la cercanía de su muerte. He dicho lo mismo de él mucho antes y muchas veces. No voy a regalar ningún adjetivo ni voy a pintar las cosas para que se vean mejor.

Jorge Avendaño es una de las personas que más influyeron en mi vida. Pero eso no importa tanto. Soy solo uno y puede ser que usted considere esa influencia como irrelevante o intranscendente.

Pero es uno de los profesores y uno de los abogados que conozco que ha influido en más gente. Y no es cualquier influencia. Ha marcado las vidas de miles.

Todo lo que hacía tenía efecto multiplicador. Antes de él todos los profesores de Derecho enseñaban repitiendo un rollo. El alumno tenía que aprender lo que se le decía como se le decía. Aprender era un proceso de transferencia de información similar a llenar el tanque de gasolina de un carro.

Jorge empujó un proceso de cambio dramático. El alumno debe aprender pensando; algo tan obvio que no se hacía y aún hoy muchos no hacen. Y es que el mundo profesional no es uno de paporreteo y de teoría pura. Los casos no se ganan con esgrima conceptual. Los abogados resuelven problemas y enseñar a ser abogado es enseñar a resolver preguntas de verdad, que ayuden a personas de carne y hueso.

Quien ha estado en una clase de Jorge (o de alguien que siguió sus enseñanzas) sabrá que la clase es un intenso interrogatorio, en el que el profesor bombardea a los alumnos y exige una participación activa sin la cual no se aprende.

Se llamaba el método activo. Lo tomó del sistema de enseñanza norteamericano. Pero lo difundió y ejecutó con singular éxito durante toda su vida. Estoy seguro de que el sistema legal peruano sería muy distinto sin toda la influencia positiva que él generó.

Y Jorge no se limitó a la academia. Era un abogado con mucho poder. Capaz de explicar lo complejo en sencillo y de convertir un concepto en un argumento contundente. Si usted cree que todos los abogados hablan en difícil es porque nunca lo escuchó.

Pero fue ante todo un hombre de universidad, y en especial de una: la Pontificia Universidad Católica del Perú, en donde fue vicerrector y decano de la Facultad de Derecho. Lo fue a tal nivel que habiendo ocupado los más altos cargos públicos, habiendo sido decano del Colegio de Abogados en los tiempos en que ese cargo tenía un significado, habiendo recibido distinciones de diversas universidades y reconocimientos de muchas instituciones, decía que “de ninguna institución quisiera recibir un reconocimiento más que de mi propia universidad”. Por eso los amigos que fuimos a despedirnos de él pudimos ver sobre su féretro la bandera de la Católica. Nada le hubiera gustado más y lo hubiera hecho sentir más orgulloso.
Fue un amigo grande, enorme. Tenía una intuición, casi de psíquico, para descubrir en quién confiar. Y tenía la capacidad de depositar confianza con una generosidad que generaba compromiso incondicional.

Jorge es un poder propio. Su capacidad de hacer cosas no depende de cargos o del favor de otros. No deriva su poder de otro lugar. Él se bastaba a sí mismo para generar el cambio.

Vivió con intensidad. Así lo sintió siempre su familia, sus amigos, sus colegas y sobre todo sus alumnos, a los que dedicó su vida entera. Con una vida así, ¿qué más se le puede pedir?

Por eso antes que una partida que lamentar, la suya es una vida que celebrar.

Pero al margen de todo lo que hizo, mi recuerdo favorito es cuando, luego de una respuesta inteligente de un alumno, Jorge le regalaba una mirada cómplice y una sonrisa traviesa, y lo piropeaba, con su voz ronca, de una manera muy suya diciéndole: “Qué se habrá creído este mojonete”.