Un choque entre los poderes Ejecutivo y Legislativo resulta cada vez más inminente, pero no es el único previsible. No me refiero al del mundo andino versus el criollo, (auto)profetizado demagógicamente por Vladimir Cerrón, sino a las diferencias sobre cómo salvar la democracia.
Concluía mi anterior columna (31.07.21) así: “… hoy el poder Ejecutivo sí amenaza la continuidad democrática. Pero para [detener la amenaza] primero toda la oposición debe alinearse [para] impedir que llegue el invierno autoritario”. No es el caso. Los llamados a impedir el proyecto dictatorial que impúdicamente ha puesto en marcha Cerrón, con la aparente complicidad del presidente Pedro Castillo, dedican su tiempo a discrepar en lugar de ponerse de acuerdo en lo mínimo. En la derecha todo lo que suene a progresismo es “cojudigno”. En el centro y la centroizquierda empieza a calar la visión de doña Florinda: “no te juntes con esta chusma”. No pueden soportar la idea de estar del mismo lado que los fujimoristas. La sociedad civil, por su parte, no parece muy convencida (¿aún?) de comprarse el pleito (03.07.21). En el Perú siempre ha sido muy difícil lograr unidad y consensos (10.04.21). “Los chilenos antes que Piérola” no es casual. La máxima universal “divide y vencerás” es excepcionalmente eficaz entre peruanos.
Eleanor Roosevelt decía que “las grandes mentes discuten ideas; las medianas, acontecimientos; las pequeñas, a la gente”. Aplicando la misma lógica a los países, la grandeza o madurez debería reflejar lo que el psicólogo canadiense Jordan Peterson describe en su libro “Mapas de Sentidos”: “toda sociedad comparte un punto de vista moral […]. Los individuos […] coinciden, fundamentalmente, sobre la naturaleza del presente insoportable, del futuro ideal, y de los medios para transformar el uno en el otro”. Acá, el presente insoportable (proyecto autoritario) es para unos “torpeza” y para otros autoritarismo; el futuro ideal (salvar la democracia) es para unos ultraderechismo y para otros un imperativo moral; los medios para lograrlo (una vacancia bien sustentada, por ejemplo) son para unos “golpe” y para otros constitucionalismo aplicado.
En cambio, las visiones que se observan parecen encajar mejor en esta otra descripción de Peterson sobre el primitivo meta-mito del héroe, presente en todas las culturas: “una comunidad armoniosa […] se ve inesperadamente amenazada por el surgimiento de unas fuerzas desconocidas y peligrosas (anteriormente dominadas). Un individuo […] se alza, por voluntad propia, para contrarrestar esa amenaza […] [y] se ve expuesto a grandes pruebas personales […], supera la amenaza [y] […] regresa a su comunidad con la recompensa y (re)establece el orden social”. Las fuerzas desconocidas y peligrosas representan la disolución, el caos, lo insoportable. Hasta hace no mucho era claro para todos que el mal era Sendero Luminoso, y por extensión, el comunismo. Hoy, en cambio, eso es así solo para una parte –en mi opinión, mayoritaria– del país, pero con grados y énfasis diferenciados. Para otro(s) sector(es) ese mal absoluto ha sido sustituido por el fujimorismo y todo lo que se asocia a él (“neoliberalismo”, Constitución de 1993, etc.). De ahí la visceralidad antifujimorista.
Ese pensamiento mitológico (pre-experimental lo llama Peterson) domina la discusión política peruana. Lo que nos dice la visión doña Florinda es que no es aceptable como héroe del mito nadie que pueda ser sospechoso de fujimorismo, porque este representa el caos: narrativas como que Keiko es culpable de la subida del dólar, y Alicorp de la agflación (inflación alimenticia) están teniendo algún eco. El fujimorismo tiene gravísimos pasivos democráticos, no me cansaré de decirlo (22.05.21). Pero eso no vuelve racional excluir cualquier coincidencia posible con ellos para mantener la “pureza”, porque el riesgo es que la democracia termine para todos. Tampoco seguir culpando e insultando a quienes no votaron contra Castillo o no votaron, porque eso es irreversible.
Para salvar la democracia no se necesitan héroes impolutos, sino tomar conciencia de que el peligro es real e inminente, y nos amenaza a todos por igual. Las instituciones peruanas son débiles, y de nada sirven las leyes si las personas no tienen la mentalidad combativa, ya no solo vigilante, ante el peligro antidemocrático. Muchas democracias se han perdido así en la historia universal, tomadas desde dentro, ante la perplejidad de los puristas.
Contenido sugerido
Contenido GEC