La infancia es una etapa breve de nuestra vida. La vejez la triplica en el tiempo y los demógrafos le modifican técnicamente el nombre; adulto mayor, por ejemplo. La infancia es un bostezo fugaz, el aburrimiento es su peor amenaza, el movimiento, la actividad incesante, es la preocupación de los adultos que no saben cómo organizar su rutina durante las vacaciones de verano. La vejez empezaba a los 60, pero los demógrafos la han trasladado a los 80 años. La vejez se estira, se prolonga, se hace eterna, mientras la infancia se reduce, le mira cada vez más rápidamente la cara a la adolescencia y a la pubertad.
Cada país en América Latina le ha puesto un nombre a los habitantes de la infancia: chicos y chicas, mocosos, pibe, chamaco, porque es una etapa de apodos, de ajustarse a su propia identidad. Los nombres pomposos, sonoros, extensos, incomodaban a los chicos cuando se llamaban Belisario, Abelardo o Raymundo. La modernidad anglosajona ha ganado la batalla de los nombres y los padres de origen popular apuestan por los emprendedores William, John o Wilber como cartas de éxito. Mi tío Kiko fue creativo en su época con los nombres que le puso a la gran mayoría de sus hijos, y si bien se apoyaban en el inglés, buscaban la creatividad propia de la infancia. Muchos de ellos eran silbidos de campo o se apoyaban en la cultura reciente: Brick, Tip, Flash.
La educación y el consumo se han globalizado y tienen como máximo valor el éxito económico. Nadie quiere ser pobre, y eso resulta lógico, pero todos quieren poseer dinero lo más pronto posible, y eso resulta angustiante. A los 40 debemos arreglar nuestra vida y para que se alcance esa meta hay que incorporar a la infancia a la lógica productiva. Es verdad que millones de niños van a la guerra, portan armas, trabajan en las calles y son explotados. Pero los adultos, que manejan sus destinos, también pretenden que adquieran los hábitos del eventual ahorro. En ese caso los denominan Kids, sin el significado exacto cuando se alude a Billy o a Sundance. A los traductores de la película de Chaplin no les costó esfuerzo ponerle “El pibe”. El pibe Buse, el mocoso, el chamaco. Los nidos en Lima acostumbran llamar a los niños kids. En genérico resulta fácil, rápido, eficiente, y tiene ese toque moderno de la ganancia futura. Hay tiendas para los kids. Pero la calle incorpora siempre el ineludible sabor del apodo local como una manera de fusionarlo con la realidad, a veces sufrida de la infancia, tan breve que la llevamos en la boca o la extraviamos abriendo los ojos en el ajetreo de la ciudad.