Richard Webb

La atropellada de ha durado siete u ocho décadas, un plazo que le permitió comerse tres hermosos valles, una docena de playas y gran parte del presupuesto público, todo sin inmutarse ante los reclamos provincianos. Lima se levantaba con más y más gente, capital y conocimientos. Los migrantes que llegaban desde las provincias venían por decisión propia y, en su gran mayoría, la apuesta fue acertada. El argumento de Lima ha sido el éxito económico dentro de un país en el que ha habido mucha mejora, pero donde pocas regiones o localidades podían competir con la capital. Hasta la llegada del COVID-19.

La evidencia recogida por la última encuesta de realizada por el INEI resulta aplastante para la reputación de Lima. En realidad, el mensaje que traen los resultados recientes de esa encuesta ya se avizoraba en la encuesta anterior, pero los datos recientes del 2023 no dejan dudas: en vez de una solución para la continua pobreza del país, Lima se habría vuelto en el obstáculo principal para esa lucha.

Desde que se inició la práctica de la medición anual de la pobreza en el Perú, Lima ha demostrado su potencia para la creación de riqueza, registrando año tras año resultados que registraban su capacidad para crear riqueza, no solo para su burguesía más adinerada sino también para una gran población de empleados y obreros formales y para la población aún más grande de trabajadores en pequeñas empresas de baja formalidad. Esa capacidad ha venido justificando las decisiones que durante el último medio siglo llevaron a varios millones de personas a migrar desde sus provincias para radicarse en Lima. Y si bien no han faltado las dudas y los cuestionamientos acerca del acierto de sus decisiones, las estadísticas recogidas por las encuestas de ingresos y de pobreza durante los últimos años han corroborado las mejoras económicas logradas. A pesar del enorme peso de esas olas migratorias, los ingresos recibidos en Lima se han mantenido por encima de los del resto del país, mejora reflejada también en las tasas de pobreza más bajas registradas en Lima. Así, un año antes de la pandemia, en el 2019, la pobreza en Lima registraba una tasa del 14%, muy por debajo del 41% registrado en las áreas rurales del país, y especialmente del 45% registrado entre la población de la sierra rural.

Sin embargo, la secuela del COVID-19 parece haber cambiado las lógicas anteriores, y además haberlo realizado con sorprendente rapidez. En el breve período desde el 2019 la tasa de pobreza se ha duplicado en Lima, pasando del 14% a casi el 29% en el 2023, mientras que su nivel ha descendido entre la población más pobre del país –los que viven en áreas rurales de la sierra–. El empobrecimiento relativo de Lima desde la pandemia parece marcar el inicio de una nueva tendencia, un giro completamente imprevisto en el guion.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Richard Webb es economista