Desde hace un tiempo, tomamos una foto anual de la población para hacer un balance de la guerra contra la pobreza. Con sucesivas fotos, vamos contando cuántas familias han salido de la pobreza y cuantas aún siguen dentro de ella. Pero gracias a la tecnología y al apuro de la vida, hoy empezamos a registrar todo no solo en fotos, sino además en video. Esta nueva mirada está llegando incluso al problema de la pobreza.
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Así, el INEI nos trae la novedad de una medición que va más allá de su nivel actual, pretendiendo adivinar su futuro a través de un índice de “vulnerabilidad”. Además de constatar si alguien es o no pobre en el momento de la foto, se recurre a la inteligencia artificial para calcular cuán segura es la situación del no pobre. ¿Cuán cerca del precipicio está parado? Lo que nos dicen esos cálculos, por ejemplo, es que en el 2019 se registró un 20,2% de hogares en condición de pobreza, pero que un 34% adicional eran vulnerables; o sea, tenían una alta probabilidad de caer en pobreza.
La mirada más dinámica a esta realidad puede ser fundamental para mejorar la política social. La sucesión de fotos, que año a año da cifras que cambian muy lentamente, nos ciega a la alta volatilidad de las vidas individuales. Se cree, por ejemplo, que los hogares identificados como pobres constituyen una masa inerte y atascada. Nada que ver. Los mismos estudios que nos ayudan a identificar la vulnerabilidad indican que hay una alta rotación entre los pobres. Así, lo que más tipifica la pobreza de los peruanos es que se trata de una experiencia ocasional y no duradera. El mismo seguimiento de familias que identifica la vulnerabilidad reporta también la resiliencia manifestada por los hogares que sufrieron un momento de pobreza, pero que lograron salir de ella rápidamente. Así, un 40% de los hogares peruanos conoció la pobreza en el quinquenio 2015-2019, pero solo el 4% quedó atascado en esa condición durante todo el quinquenio. El resto –36% de los hogares– la sufrió entre uno y cuatro años, logrando de alguna manera salir de esa condición. Esa resiliencia parece haber aumentado durante la última década: el 24% de los hogares que conocieron la pobreza en el 2007, repitieron el año 2008; pero solo el 8% de los que estuvieron en pobreza en el 2018, repitieron en el 2019.
Las nuevas estadísticas captan no solo la foto del momento, sino que dan pistas sobre el movimiento que caracteriza a la pobreza, tanto las caídas de los vulnerables como las levantadas de los resilientes, información que ha estado faltando, y que puede y debe ser aprovechada para una política social más efectiva.
Pero esa mejora requiere no solo de más datos, sino de un acercamiento antropológico para comprender las motivaciones y estrategias actuales de la población. La sobrevivencia del pequeño agricultor, por ejemplo, depende de su capacidad para mitigar los enormes y constantes riesgos de cosecha, robo, enfermedad, y de precio y mercado, y su estrategia básica descansa en el ahorro. La ausencia de bancos y su alto costo ha sido compensado por el ahorro en animales y tierras que se venden o alquilan en momentos de necesidad. Otro pilar de la sobrevivencia rural han sido las vinculaciones y los acuerdos de apoyo mutuo entre familias, compadres y comunidades. El ahorro también es una estrategia del poblador urbano y, si bien hoy tiene acceso a la banca, más frecuente es el ahorro en la forma del terreno y casa; activos que pueden generar ingresos de emergencia, ya sea por venta, por alquiler parcial o total, o como garantías para préstamos informales. Otro elemento de ambas estrategias, rural y urbana, es la acumulación de oficios.
Lo que menos tiene la vida del poblador pobre, sea urbano o rural, es el patrón estático y encarcelado que sugieren las tradicionales fotos de la pobreza.
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