La única explicación para que Pedro Castillo se lanzara a dar un golpe de estado sin el apoyo de las Fuerzas Armadas es que tuviera confianza en las semillas insurreccionales que había ido sembrando durante 17 meses de desgobierno apuntando precisamente a un proyecto mayor, que ahora se ejecuta.
Contaba con los prefectos y subprefectos del Fenate-Movadef y de Perú Libre, permanentemente movilizados; con el empoderamiento de los maestros del mismo Fenate, que llegó a tener y sigue teniendo el control total del Ministerio de Educación; con el aliento a la minería informal en la sierra, en la que se habían incrustado exsenderistas y asesores legales expertos en invasiones; con el apoyo a las demandas extorsivas de muchas comunidades contra las empresas mineras; con la protección brindada desde Devida y congresistas como Bermejo a los cocaleros que producen para el narcotráfico en el Vraem; con el clientelismo hacia las rondas campesinas y sectores de reservistas; y con la alianza tácita con Antauro Humala que empezó a recorrer el país llamando en cada plaza a la marcha de medio millón de personas hacia Lima para cerrar el Congreso.
Lo que estamos viendo es una alianza fáctica entre el Movadef y otros grupos desplazados del poder, que proveen dirección estratégica, y economías ilegales, como la minería informal y el narcotráfico, que proveen financiamiento, logística y hombres. No es casualidad que la ofensiva insurreccional estallara en Andahuaylas, centro administrativo y de lavado de activos del narcotráfico, y en Chala, epicentro de la minería informal. Y no es casualidad el ataque a infraestructura estratégica, empresas modernas y a símbolos del sistema, como sedes del Ministerio Público y comisarías: son los objetivos que atacaba Sendero, como la reciente voladura del cerro del ingreso a Ocoña, un acto de impronta claramente terrorista.
Atacan con armas hechizas y “quesos” (mezcla de explosivos con clavos) y, lamentablemente, la respuesta ha provocado muertos que alimentan la determinación de los más avezados y ahuyentan a un par de ministros que desconocen ante qué estamos. Sin duda, un primer ministro político hubiera sido mejor, pero ¿cómo y con quién dialogar?
Esos actores violentos ponen el dedo en la llaga de los dos países que somos y movilizan sentimientos anti-Lima, antisistema y anti-Congreso, que se suman al descontento generado por una situación económica agravada por la propia gestión de Castillo que cosecha así del caos que él mismo sembró. Muchos sienten que han vacado al presidente que ellos eligieron, que es suyo, a quien veían como una reivindicación, pero a la gran mayoría de peruanos esta violencia insurreccional les está causando angustia y pérdida de ingresos y trabajo.
El problema es que la demanda explosiva para que se vayan todos ahora mismo entraña no solo un desconocimiento de los plazos, sino un rechazo al sistema democrático formal, liberal y representativo, y la búsqueda de un caudillo autoritario que resuelva todos los problemas. Lo que se quiere, en el fondo, es que no haya Congreso. Como si el cierre del Parlamento limpiara la República y una asamblea constituyente la regenerara. Pensamiento mágico predemocrático y premoderno.
Las bancadas de izquierda, por supuesto, se suman a la insurrección al negar el voto por el adelanto de elecciones si no viene acompañado de asamblea constituyente, que ellos saben que es inconstitucional y que no tendrá apoyo. Lo que les interesa es agudizar las contradicciones, que no haya salida para provocar la eclosión final. O que renuncie Boluarte, asuma Williams y convoque a elecciones inmediatas, con lo que no habrá tiempo para hacer reformas ni preparar opciones electorales viables.
Pero es obvio que unas elecciones precipitadas probablemente generarán un Congreso similar o peor al actual o a los anteriores. ¿Para volver a pedir el cierre del Congreso?