La tranquilidad con la que podemos desplazarnos por los sitios más visitados de la web no es espontánea. Es, en cualquier caso, tan natural como la reluciente limpieza de los pisos de un ‘mall’. Si lo usual, al dar una vuelta por You Tube o Facebook, es que nos topemos con reencuentros, celebraciones, goles y ‘bloopers’, y no con extremidades mutiladas, torturas, abusos o ejecuciones, no es porque material como ese no exista ni por falta de voluntarios para compartirlo. Sucede que hay un ejército de personas cuyo trabajo consiste en atajar este tipo de imágenes y evitar que se nos atraviesen por el camino. Porque la idea es que la experiencia de navegar por Internet, salvo que uno intencionalmente quiera hurgar en sus oscuridades, sea tan inofensiva y edulcorada como un distendido paseo por un centro comercial.
Como revela Adrian Chen en la revista “Wired”, son más de 100 mil las personas que consumen sus jornadas frente a un monitor, atentas a detectar la subrepticia aparición de imágenes demasiado chocantes para los amables estándares que procura la red. Como las encargadas de confeccionar en otro continente la ropa que vestimos, estos vigilantes de nuestra calma habitan una dimensión paralela, organizada fuera del alcance de nuestra vista. Y aunque son las grandes firmas de Internet las que pagan por sus servicios, son ellos, los moderadores de contenido, que así se les conoce, los que pagan el precio de mantener nuestra mirada y nuestra memoria libres de la indeleble huella que muchas de estas imágenes podrían dejarnos. Porque, como relata Chen, son ellos los que suelen ser embestidos por la impronta de algún acto retorcido y terrible, cuyo recuerdo sigue persiguiendo a muchos incluso después de haber renunciado, ya demasiado tarde, a ese trabajo.
Nada de esto garantiza que estemos a salvo de imágenes perturbadoras, por supuesto. Porque ahí donde las principales redes sociales buscan conservar a su amplísimo público por la vía de ofrecer un espacio seguro y tranquilo, nuestros noticieros parecen perseguir el mismo objetivo alimentándonos, al contrario, con imágenes de no poca crudeza. Si bien estas imágenes no suelen alcanzar los niveles más extremos de lo ultraviolento, tampoco es que se queden demasiado lejos. ¿No tienen los noticieros sus propios moderadores de contenido? Sin duda los tienen, aunque muchas veces no lo parezca. Pero así como, por sus diferencias con las redes, entienden su contenido de manera distinta, es evidente que interpretan también en forma diferente el concepto de moderación.
Está claro que hacemos parte del juego; que podemos llegar a sentir desagrado por lo que un noticiero nos ofrece, pero no siempre en mayor medida que el morbo que nos hace mantener los televisores prendidos. Es posible también que simplemente nos hayamos habituado. Quién sabe si detrás del inocente acto de dejarse acostumbrar es que se esconde, sin que nos demos cuenta, el precio que nosotros también venimos pagando.