Está muy bien que las autoridades sanitarias insistan en que los ciudadanos no se automediquen, reemplazando la opinión especializada por sus propios miedos y prejuicios. Pero está muy mal que el mismo Gobierno, que tiene claro estos peligros, se siga mirando al ombligo al intentar frenar el avance del COVID-19.
Los resultados no acompañan a Martín Vizcarra y su equipo, por lo que deberían buscar ayuda especializada entre aquellos que se mostraron críticos (y no fueron oídos en su momento) y el sector privado, que está demostrando mayor eficacia en sus esfuerzos por iniciar el camino de la reactivación del país y de sus industrias.
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Así, mientras en el Gobierno se discute la posibilidad de mantener el toque de queda hasta diciembre para “combatir la delincuencia” (también podrían prohibir la circulación de vehículos y es probable que eso disminuya el número de accidentes y de fallecidos en carreteras, quién sabe), para todo efecto práctico los ciudadanos ya levantaron la ‘cuarentena’, la misma que el Ejecutivo continúa creyendo que podría levantar recién –quizás, quién sabe– a fin de mes. Vizcarra no se entera bien aún de qué va la tarea de gobernar. La de “aguantar” la entendió perfectamente, según él y una mayoría que lo aplaudía en las encuestas: acelerar el enfrentamiento con el fujimorismo, cerrar el Congreso, convocar a comicios y un nuevo Legislativo. Pero nada de esto le sirve hoy para gobernar eficientemente.
Sin embargo, esta semana anunció algo importante: la inminente firma de un acuerdo de gobierno a gobierno con el Reino Unido para hacer realidad la Reconstrucción con cambios, pendiente desde el 2017. Luego de más de 20 meses en el poder aceptó que su administración no podía y optó por una vía para cumplir con tantas promesas. Ahora, de cara a la recuperación económica, Vizcarra debería convocar a nuevos concursos de gobierno a gobierno para sacar adelante obras que, en paralelo, generen miles de empleos. Los proyectados trenes de cercanías Barranca-Lima por el norte, e Ica-Lima por el sur, así como la nueva Carretera Central, serán realidad si siguen ese mismo esquema. No nos engañemos: nuestro Estado padece de burocratismo y corrupción hasta la médula (aun en plena emergencia) y en todos sus niveles, por lo que insistir en las mismas recetas solo garantiza el fracaso.
Por eso un cambio de gabinete ya quedó corto. Se necesita un cambio de ‘chip’ en el mandatario, que lo lleve a escuchar y aceptar consejos y ayuda de quienes aún no oye. Quizás con directivas más claras sus ministros sepan realmente cuál es el objetivo y sabrán, si no lo consiguen, a qué atenerse.