"Quizá no exagere si te digo que tú fuiste la Vizcarra de mi infancia. ¿Quién sino tú me confinó al encierro como consecuencia de alguna tropelía?" (Foto: Getty)
"Quizá no exagere si te digo que tú fuiste la Vizcarra de mi infancia. ¿Quién sino tú me confinó al encierro como consecuencia de alguna tropelía?" (Foto: Getty)
Gustavo Rodríguez

Te escribo por aquí porque eres la única persona que busca mi artículo los sábados. Es una tremenda contrariedad que tu teléfono esté averiado y que no hayamos podido hablar –¿ya ves por qué es importante comprarte un celular?–, pero sé que Ronny ya te adelantó por qué no puedo visitarte ahora que volví.

París estuvo lluvioso, pero la presentación de mi libro fue muy cálida. Madrid sí estuvo soleada y llena de amigos, ya te contaré los chismes. Cuando uno está de viaje va menos atento a los dramas, así que mi primera clarinada real de lo que hoy es una ocurrió en el aeropuerto de Lima, cuando mi vuelo fue recibido por una patrulla de médicos que nos midió la temperatura. Tú sabes cómo uso el humor en momentos de tensión: al recordar que el termómetro rectal es el más exacto nos imaginé a todos en fila, cual comedia de Mel Brooks, sufriendo ese trance colectivo. Un par de viajeros fueron separados e ignoro qué ocurrió con ellos. Del aeropuerto a mi casa tuve las mismas precauciones que en Europa: camino de tomar el taxi me lavé las manos como tú me enseñaste, traté de no tocarme la cara en el trayecto, estornudé en mi brazo al colárseme el polvo limeño y volví a lavarme las manos al llegar a mi departamento. Y de pronto, al rato, apareció el anuncio de Vizcarra: quienes llegaron de España, Francia, Italia y China debían aislarse durante 14 días. Fue casi como gritar ¡bingo!

Aunque ha transcurrido poco tiempo, puedo entender por qué Laura Bozzo eligió un canal de televisión para estar prisionera: el contacto social es una de las condiciones para la felicidad. Pero no me quejo. Tus nietas entran y salen trayendo la brisa de afuera, además de que los libros, Internet y las series de la televisión ayudan. Además, a diferencia de la inmensa mayoría, soy un afortunado que puede trabajar desde casa en este país tramposamente “emprendedor”.

Quizá no exagere si te digo que tú fuiste la Vizcarra de mi infancia. ¿Quién sino tú me confinó al encierro como consecuencia de alguna tropelía? Aislado y sin juguetes, me vi obligado a convertir cajas en edificios, botones en automóviles y clips metálicos en transeúntes. Qué motor de la es la carestía. Quién sabe si esos castigos –unidos a nuestro poco dinero para comprar juguetes– no me hicieron más o, por lo menos, alguien que le encontró otro ángulo a las cosas para no aburrirse.

Todo en el universo oculta un aspecto positivo y otro negativo. Así como esta pandemia nos legará una generación más consciente de la higiene, tus reprimendas ayudaron a que traspasara mis límites, y lo más probable es que gracias a ellas estés leyéndome ahora por medio de este diario. Gracias por los límites, mamá: sin ellos, ningún niño sobrepasa los suyos.

El espacio se acaba y aquí no puedo escribirte en los márgenes, como en mis cartas juveniles.

Me despido y recuerda que te adoro.

Ya pronto podré visitarte y me comeré todito tu ají de gallina.