"No parece imposible que, a largo plazo, la exagerada o inepta reacción de los gobiernos a la pandemia pueda haber causado tantos o más daños que la pandemia misma". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"No parece imposible que, a largo plazo, la exagerada o inepta reacción de los gobiernos a la pandemia pueda haber causado tantos o más daños que la pandemia misma". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Moisés Naím

“El mundo cambió para siempre”, “De esta catástrofe saldrá un nuevo orden internacional”. Esto se decía con frecuencia después de los ataques terroristas del 11 de setiembre. Lo mismo se dijo después de la gran recesión económica que duró del 2007 al 2009. Y también después de cada uno de los colapsos financieros que regularmente sacuden el planeta.

El análisis de las crisis internacionales que hemos vivido desde la década de los ochenta revela varios factores recurrentes. Algunos ya los estamos viendo en esta pandemia del Otros no. Hay cinco que vale la pena destacar.

1) La exageración del impacto de la crisis: Los pronósticos acerca del cambio del mundo suelen resultar exagerados. Después de las crisis, el mundo no cambió ni para siempre ni para todos. Claro que el terrorismo y las crisis económicas tuvieron grandes impactos. Pero, en la práctica, hubo más continuidad que revolución. Las crisis no han cambiado al mundo tanto como nos lo anunciaron políticos y periodistas.

2) La reacción de los gobiernos tiene mucho más impacto que el evento que produjo la crisis: Los ataques del 11 de setiembre causaron cerca de 3 mil fatalidades y 100 mil millones de dólares en pérdidas. La reacción de Washington a estos ataques ha costado 3,3 billones de dólares (en inglés 3,3 trillones). Los conflictos en Iraq, Afganistán y Pakistán dejaron más de 480 mil muertos, incluyendo 244 mil civiles. Igual pasó con el colapso financiero que comenzó en diciembre del 2007. Las gigantescas ayudas financieras que los gobiernos desembolsaron para salvar de la bancarrota a grandes empresas tuvieron más impactos que la crisis misma. Los gobiernos privilegiaron el socorro a las grandes empresas privadas a expensas de la clase media y de los trabajadores. Esto agravó la desigualdad económica y estimuló el descontento social, lo cual, a su vez, potenció el populismo que terminó trastocando la política en muchos países.

3) Las crisis no son globales: La recesión del 2007 al 2009 fue tan grave y la reacción de los gobiernos de las economías desarrolladas fue tan masiva que era natural suponer que esta era una crisis económica mundial. Pero no lo fue. China, Brasil y otros mercados emergentes asiáticos no se vieron tan afectados por la crisis. Más bien se convirtieron en las locomotoras de la economía global y contribuyeron a reanimar las postradas economías de Estados Unidos y Europa.

4) La rutinaria exigencia de reformas que nunca ocurren: Otro factor común que nunca falta en las crisis es la llamada a reformar las instituciones internacionales, la democracia y el capitalismo. Al estallar una crisis es común que líderes políticos e intelectuales pidan la eliminación –o la reforma a fondo– de las Naciones Unidas, la OTAN, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o el sector privado. Como sabemos, nada de eso ha pasado.

5) Lo que creíamos permanente resultó ser transitorio –y viceversa–: Otro de los elementos comunes en las crisis es la sorprendente desaparición o la total irrelevancia de líderes e instituciones que suponíamos permanentes y omnipotentes. Saddam Hussein, Muamar Gadafi o los poderosos ejecutivos de los grandes bancos y los bancos mismos, son buenos ejemplos. A la vez, vemos cómo ideas, líderes, arreglos institucionales y políticos que parecían transitorios terminan siendo permanentes. El auge del populismo sin bridas simbolizado por Donald Trump y Boris Johnson ilustra esta tendencia.

Es posible que las lecciones que sacamos del análisis de otras crisis internacionales no sean aplicables a la pandemia causada por el. Esta es diferente a todas las otras grandes crisis que han ocurrido desde el siglo pasado. El coronavirus ha disparado una crisis mundial ante la cual ningún país es inmune. La tecnología, la globalización, la revolución digital, el hecho de que desde el 2009 en el mundo hay más gente viviendo en las ciudades que en el campo y la total ausencia de una cura conocida para este virus, son solo algunos de los factores diferenciadores de esta crisis.

Pero a pesar de todas las diferencias, también hay cosas que vimos en las pasadas crisis mundiales que se repiten en esta. No parece imposible que, a largo plazo, la exagerada o inepta reacción de los gobiernos a la pandemia pueda haber causado tantos o más daños que la pandemia misma. Tampoco ha faltado en esta crisis la denuncia de las organizaciones multilaterales. El Gobierno Estadounidense dejó de pagar sus cuotas a la Organización Mundial de la Salud y pidió su total reestructuración.

La pandemia también nos ha traído situaciones que comenzaron como un paliativo y que se han transformado en una realidad que será permanente. El teletrabajo es el más obvio de los ejemplos.

Finalmente, un factor común en todas las grandes crisis es la proliferación de teorías conspirativas para explicar lo que está pasando y el creciente rol de charlatanes que se aprovechan del temor y la confusión de sus seguidores para venderles malas idea o productos fraudulentos. Como hemos visto de sobra en las noticias, esta pandemia no es inmune a los impactos de los charlatanes que juegan a ser presidente.

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