El presidente Castillo cree que somos ciegos. En su discurso por sus primeros cien días de Gobierno ha querido contarnos el cuento de una gran transformación “estructural”. Dice que trabaja arduamente y que ha obtenido logros decisivos.
Con poca vergüenza, dijo en su discurso en Ayacucho esta semana, “un sector me dice que no he hecho nada”.
“Si ellos en 200 años −agregó− se dedicaron a robarle a nuestro país, si en 5 o 10 años de gobierno no hicieron nada por la patria; sin embargo, cuando un campesino entra al gobierno le exigen que en 100 días resuelva todos los problemas del país”.
Castillo trata de construir un adversario. Como si un solo grupo de personas hubiera gobernado los últimos doscientos años. Nada más falso. Falso, también, que en esos doscientos años no se hubiera hecho nada. No son iguales los gobiernos de Velasco y Fujimori, no son iguales los gobiernos de Alan García 1 y Alan García 2, para dar solo algunos ejemplos.
La mayor parte de esos doscientos años no solo hubo corrupción y degradación de la economía. Hubo, a la par, intervencionismo estatal en la economía, estatización de grandes empresas, reducción de la propiedad de la tierra, entre otras “transformaciones estructurales”. Castillo también quiere “cambios estructurales en el estado para que este llegue a los que menos tienen”.
Entre los problemas que Castillo dice haber encontrado menciona “cientos de conflictos sociales”, “escuelas y hospitales destrozados”, “graves problemas de seguridad ciudadana”, “un país endeudado con el capital internacional”, entre otros.
Los conflictos sociales, en lugar de amainar, han aumentado, así como la paralización productiva que generan. El Gobierno tampoco ha hecho nada por restablecer la infraestructura educativa antes del retorno a clases. Ni siquiera tiene un planteamiento para el mismo.
En cuanto a los hospitales, Castillo no puede ofrecer un solo logro en sus primeros cien días. Su Gobierno se ha limitado a continuar el plan de vacunación con los contratos firmados por el gobierno de Francisco Sagasti. Este es su éxito, no los hospitales.
En lo que respecta a la seguridad ciudadana, hay un avance, pero de la delincuencia, no de la seguridad. En cien días el Gobierno ha tenido tres ministros del Interior y se ha enredado en sus propios errores de selección de funcionarios.
Castillo se queja del endeudamiento “con el capital internacional”, mientras su ministro de Economía se jacta de la rápida colocación de bonos por 4 mil millones de dólares. Eso significa que este Gobierno nos ha endeudado más. La rapidez en la colocación se debe a la calificación crediticia conseguida en las últimas tres décadas. Este Gobierno, por su propio ruido y manejo político, ha empezado a erosionar ese logro de treinta años.
Las promesas de Castillo, lejos de mejorar la perspectiva económica, la deterioran. El proyecto de una asamblea constituyente, por ejemplo, afecta directamente la disciplina fiscal, clave para la calificación crediticia.
Castillo cree que su Gobierno acabará con 200 años de desgobierno, pero no está cambiando lo malo que han dejado administraciones anteriores. Al contrario, está empeorando lo poco bueno que nos dejó la historia de los distintos gobiernos.
Las promesas de cambios estructurales son las mismas que se hicieron antes. Son la misma receta para el desastre.
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