Me pregunto cuáles serán las imágenes, los sonidos, las sensaciones que quedarán una vez que pasen los meses y los años. De qué modo aparecerán estas semanas pensando que todos los días nos teníamos que sentar frente a la televisión para ver cuál era el nuevo número de muertos, si se anunciaba una nueva prórroga de la cuarentena o nuevas condiciones para la que ya teníamos.
Recordaremos que todos los días eran iguales, pero que tuvimos que inventar entre los miembros de la familia una rutina, algo diferente a la que teníamos antes. Los profesores que damos clases online recordaremos que preparábamos las sesiones de clase mucho más que antes, preocupándonos de tener listos materiales complementarios y aprendiendo los misterios del mundo digital.
Recordaremos el disfraz de la gente con mascarillas (cuando se ponen además anteojos de sol parecen unos verdaderos extraños, a veces de aspecto siniestro). Recordaremos el malhumor de algunas cajeras de supermercados, la mirada de desconfianza de algunos guardias. Recordaremos también, a lo mejor, los mensajes de gente que nos pregunta desde algún país cómo estamos y a veces dónde estamos. Nos preguntaremos también qué bromas habría hecho Marcos Mundstock, cuyo humor nos ayudó a salvarnos durante cincuenta años. También llegará a nuestra mente y a nuestros oídos el paso de un carro policía como el que recorre mi calle a las ocho, con un tremendo altavoz que canta “Contigo Perú” mientras alguien toca la trompeta en un balcón, y algunos ondean la bandera peruana. Recordaremos que las Fuerzas Armadas tuvieron un 90% de aprobación en un sondeo, y que el presidente y los ministros de Economía y el Interior también tuvieron porcentajes inusualmente altos. También que el Congreso se empecinó en una sesión presencial cuando pudo haber sido virtual. Recordaremos las terribles imágenes de la gente en los límites de Lima tratando de regresar a sus lugares de origen. Recordaremos que el lugar de origen es, al final, lo único que tenemos, y que si miramos a la muerte, no hay otro hogar posible que el lugar donde crecimos y aprendimos a amar y a sentir un apego al mundo.
Recordaremos que todos los otros problemas quedaron atrás, y que los noticieros solo hablan de un tema, y que a pesar de todo algunos periodistas felizmente logran sonreír y hasta hacerse alguna broma frente a la pantalla. Recordaremos lo que hemos aprendido sobre el virus, sobre la epidemia de 1918, sobre la vacuna, sobre Bill Gates, quien nos alertó sobre esta emergencia. Recordaremos la cara amable y firme de nuestros médicos, de nuestras enfermeras y de doctores como Anthony Fauci y Elmer Huerta, quienes además de ser grandes científicos fueron capaces de decirnos la verdad. Todo eso estará en los oídos y los ojos de nuestra memoria, pero también el descubrimiento de si estábamos hechos para resistir, aun cuando no tuviéramos los recursos. Resistir es una palabra central hoy en día. Viene del latín y significa a la vez “tolerar” y “combatir una fuerza”. Tolerar y combatir podrían ser sinónimos, ya que la tolerancia es un combate algunas veces. En su origen, la palabra ‘tolerar’ está vinculada en su raíz a ‘levantar’. Estas son lecciones que nos enseña el corazón del lenguaje.
Recordaremos la soledad de las pistas, la incertidumbre de las mañanas, la esperanza que algunas noches pueden ofrecer. Podremos mirar a nuestro alrededor, las fortalezas y precariedades de nuestro país, de nuestra ciudad, de nosotros mismos. Podremos aprender algo para reconstruirnos. Este es el legado que podemos aprovechar, si tenemos la madurez del recuerdo. De lo contrario, solo el olvido.