El Congreso de la República aprobó en la madrugada de ayer la cuestión de confianza al Consejo de Ministros presidido por Aníbal Torres, con 64 votos a favor, 58 en contra y dos abstenciones. ¿Qué podemos concluir de este episodio?
De la presentación de Torres, podríamos decir que es expresión de la ausencia de un norte programático claro en el Gobierno. A pesar de los temores que despierta, en la práctica, no existen iniciativas de reforma sustanciales en ningún sentido, y lo que largamente prima en los diferentes sectores es la inercia o la parálisis, no el liderazgo en ninguna dirección. En realidad, el único cambio visible que implementa este Gobierno es la ampliación del acceso al empleo público, abriendo las puertas a la militancia y allegados de las diferentes facciones que lo componen. Aspiración que, a diferencia del pasado, tiene ahora una justificación ideológica: pedir formación, experiencia, integridad, no sería más que una lógica “neoliberal”, “tecnocrática”, que busca cerrar las puertas al “pueblo”, de modo que el solo hecho de ocupar la administración pública ya es presentado como parte de un “cambio de modelo”.
En cuanto a la votación, queda claro que los intereses en el Congreso estaban alineados para dar lugar al resultado ocurrido. Renovación Popular y Avanza País se presentan como la oposición más radical, siguen apostando por el plan de la vacancia presidencial, pero saben que sus votos en contra no alcanzan para una negativa de la confianza que acercaría el escenario de la disolución del Congreso. Fuerza Popular tiene más votos y está obligado a ser más estratégico, por lo que osciló entre la abstención y la votación en contra, terminando en la última al saber que los votos a favor superaban aquellos en contra. En el otro extremo, los votos a favor de Perú Libre, Perú Democrático y Juntos por el Perú muestran que el Gobierno ha logrado, por ahora, a pesar de pagar un costo muy alto en términos de legitimidad, construir un bloque que parece alejar por el momento el fantasma de la vacancia presidencial.
En medio de los bloques más definidos, gobiernista y de oposición, se ubica uno de “centro”: Acción Popular, Alianza para el Progreso, Podemos Perú y Somos Perú. Cada vez más, este sector muestra una dinámica que recuerda al sistema político brasileño. En Brasil se habla del “centrão” para referirse a los partidos sin perfiles ideológicos o programáticos claros, ubicados entre la izquierda y la derecha, pero con un comportamiento “fisiológico”: son entidades compuestas por miembros cuya naturaleza es asegurar su simple sobrevivencia y reproducción. Así, negocian con extremo pragmatismo beneficios particulares o la atención a sus clientelas regionales o sectoriales. Se trata de partidos poblados por políticos que buscan desarrollar carreras en espacios regionales y municipales, cumpliendo el papel de intermediarios ante el gobierno central. En Brasil, los partidos fisiológicos le dieron estabilidad a gobiernos tan variados como los de Cardoso, Lula y ahora Bolsonaro; también abrieron las puertas a la corrupción y escándalos como el ‘mensalão’ (compra de votos en la cámara de diputados) o el establecimiento del ‘mecanismo’ del Caso Lava Jato. El “centrão” peruano actual resulta clave en la definición de las votaciones, de allí su grado de imprevisibilidad, incoherencia y fraccionamiento. La proximidad de las elecciones regionales y municipales alienta la necesidad de validar el trabajo de mediación: acreditar que “mis gestiones consiguieron estas obras” aparece como la clave del éxito político.
Por supuesto, el voto de confianza no implica un verdadero respaldo al Consejo de Ministros. Lo que vendrá desde el Congreso es el intento de censura a los ministros individuales más cuestionados y desde el Ejecutivo la evaluación de si merece la pena plantear una cuestión de confianza por la permanencia de estos. Los alineamientos de la opinión pública serán claves para saber si se mantendrá este equilibrio precario o si se acercarán escenarios más conflictivos e inestables.
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