Como millones de peruanos he acompañado a la selección, en las buenas y en las malas, y así como sufrí con lo ocurrido en Uruguay, me alegré con el reciente triunfo en el Estadio Nacional. Una victoria que nos devuelve la esperanza de ir al Mundial en Catar. El entusiasmo de una infinidad de compatriotas, algunos incluso “embanderados” y exhibiendo con orgullo ese escudo que nos legó el médico y matemático José Gregorio Paredes, trajo a mi memoria a Jorge Basadre y a sus estudios sobre el azar en la historia, pero también su evaluación de las posibilidades que la vida otorga, individual y colectivamente.
¿Qué hubiera pensado ese tacneño que vivió de niño la pena de una ocupación extranjera en la que no era posible exhibir nuestra bandera ante esta eclosión espontánea de cariño por la representación nacional y los símbolos patrios? Más aún, cuando ello ocurre en medio de la crisis institucional más profunda de nuestra historia, con un “presidente del pueblo” que se permite afirmar que las movilizaciones contra su desastrosa administración provienen de la mala intención y la compra de conciencias de los “cabecillas” de turno. Resulta irónico que la respuesta desesperada frente a una inflación galopante sea percibida en esos términos, porque fue el propio Pedro Castillo quien prometió resolver las justas demandas de miles de ciudadanos olvidados, que ahora se sienten traicionados por su política endogámica y prebendaria.
Basadre, a quienes muchos apelan para validarse o para criticar su idea de “la promesa de la vida peruana”, entendió perfectamente la historia del Perú e intuyó que más allá de sus innumerables tragedias y errores, el peruano siempre apuesta por la vida y la esperanza. En una república que nació frágil y sumida en la contingencia más absoluta, Basadre, influenciado por las corrientes filosóficas de su tiempo, decidió encarar a esa secuencia de traiciones y desilusiones, que hasta la fecha nos persiguen, con un vitalismo imbatible. Luego de pedir a los historiadores honestidad y lealtad con el difícil legado que tenían entre sus manos, recomendó comprender un pasado cruzado por un sinnúmero de conflictos y ello, solamente, se lograba superando lo sectario, apriorístico y primario. A pesar de ser totalmente consciente de “las locuras, las iniquidades y las estupideces de la humanidad, así como de los momentos luminosos”, el requisito fundamental era amar la propia vida y la ajena, refiriéndose a los más humildes y desvalidos. La fortaleza provista por ese amor ayudaría en la difícil tarea de narrar, sin desfallecer, la historia del Perú. Porque, según él, la función del historiador no es diseñar una sociedad, sino señalar virtudes, advertir yerros y aconsejar rutas, y la considerada como prioritaria, por Basadre, era la de la esperanza. Una virtud teologal que en este momento de tránsito a una nueva era resulta vital para los millones que hemos visto el horror de la muerte, luego de dos años de una peste maldita. Y es en el contexto de una sociedad traumatizada y carenciada, como la nuestra, que se entiende tanto la alegría incontenible de la victoria como la demanda indignada por una vida mejor, en las recientes movilizaciones al interior del Perú. Porque la vida, que Basadre veneró, sigue abriéndose paso en medio de 200 mil cadáveres, algunos incinerados sin un rito final de despedida.
“El principio esperanza”, escrito por Marc Bloch durante su exilio en los EE.UU. huyendo del nazismo, se resiste a que sigamos “sumidos en la noche más profunda de la historia”. El autor, que marcó profundamente a Basadre, exploró “el sueño desiderativo”, cuyo objetivo es la apuesta por un mundo más humanizado. Antes de que surgiera la pandemia diversos académicos alrededor del mundo ya venían planteando que la principal tarea de la especie humana era superar el nihilismo auto flagelante y preparar el camino para la eclosión de una esperanza constructiva. En un reciente artículo, Anne Applebaum señaló que la gesta democrática puede convivir, como está ocurriendo en Ucrania, con un patriotismo sano que apunte a un horizonte colectivo. Y, en ese sentido, Basadre, apostando tercamente por un destino superior para el Perú, se coloca a la vanguardia de la tarea que nos espera como nación fragmentada y como doliente humanidad.
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