Gonzalo Banda

Somos un país con muchas recetas para salir de la crisis y sin muchas explicaciones razonables. No procesamos nuestras crisis como manifestaciones de complejos fenómenos sociales, sino como disputas de barras, como cánticos de tribunas populares de estadio. Quizá por eso los pensadores peruanos más agudos fueron aquellos capaces de problematizar al antes que de visualizar soluciones. Más allá de los gritos de la tribuna, buscaron entender. Salir del problema de un Ejecutivo capaz de negociar cualquier interés para mantenerse en el poder y de un Legislativo mermado por su alta impopularidad, supone aceptar muchos matices que no se agotan solo con la renuncia del presidente y nuevas elecciones generales.

Somos un país donde muchas personas sobreviven sin confiar en el Estado, en los linderos de la informalidad y la ilegalidad. ¿Sorprende que haya una oferta política que recompense a quienes defiendan estas banderas, aunque sean contrarias al bien común? Muchas prácticas de supervivencia ciudadana están ancladas al transporte, comercio y minería informales. Somos un país donde los ciudadanos evaden la formalidad por los altos costos que supone, pero también por los beneficios que reporta eludirla. ¿Cómo diseñar instituciones y reformas políticas que desafíen las respuestas convencionales y respondan a los riesgos del orden informal que se asienta en la realidad?

También debemos considerar que las condiciones de vida han empeorado tras la pandemia: se ha retrocedido muchos años en la reducción de la pobreza y el costo de vida ha aumentado. Eso ha generado un agrietamiento del tejido social en muchas regiones del país. Ahí donde no se ha construido instituciones sólidas para épocas de vacas flacas y donde los gobiernos locales y regionales dejaron escapar años de abundancia, ahora pasa la crisis y los ciudadanos no tienen a nadie que les tienda la mano. ¿Cómo conseguimos paliar la crisis sin cargarnos el porvenir?

Esta crisis demanda soluciones de política pública de largo aliento más que medidas inmediatistas que supongan una farra fiscal que nos vaya a costar muy caro cuando los precios de los minerales regresen a sus niveles habituales. Socialmente hemos retrocedido y el Estado no estuvo a la altura. De hecho, el debilitamiento institucional no parte solo con , ya desde el gobierno de PPK ha habido un continuo debilitamiento de políticas públicas que en su momento se advirtieron como peligrosas, pero que el calor del momento no pudo procesar críticamente. Qué fue, si no, el abandono de la política de diversificación productiva que tanto daño causó y que fue celebrada por muchos sectores del ‘establishment’.

Pero no son los únicos de nuestros problemas. Si la sociedad enfrenta estos abismos sociales, la única manera de asumirlos supone reconstruir la autoestima nacional más allá del fútbol y la cocina. Cuidar nuestro proyecto de con porvenir. Pero los peruanos tampoco estamos satisfechos con nuestra democracia, como lo ha recordado el último reporte del Barómetro de las Américas, por lo que el coctel es peligroso y el problema más preocupante. Si los ciudadanos perciben que la democracia no les reporta el suficiente beneficio en su vida, entonces el camino para otras recetas autoritarias extremas puede comenzar a liberarse. Siempre se puede estar peor. Quizá el único consuelo para que una amenaza así no termine por manifestarse es que la debilidad de todos los actores políticos es tan manifiesta que por ahora no parece haber una propuesta política que pueda capitalizar el descontento y monopolizarlo. Un país con crisis política y económica, y con un patente deterioro de la credibilidad de todo el ‘establishment’ no es un país que pueda gobernarse tranquilamente. Son más problemas que recetas, más preguntas que soluciones, pero cualquier oferta política que quiera construir un proyecto sólido y maduro debe responder a los desafíos de este país cribado por sus distintas crisis.

El presidente Castillo ha sobrevivido, pero ha sido incapaz de gobernar el país y su destino dependerá seguramente de un episodio que termine por demostrar los grados de descomposición gubernamental al que ha conducido el país, y esa crisis arrastrará al Legislativo y volverá a activar el mecanismo que ya hemos enfrentado. No hay motivos para esperar una mejor oferta política en estas condiciones, pero en el país de los emprendedores políticos hay espacio de sobra para propuestas que respondan creativamente a la crisis, teniendo en cuenta el país fracturado que se recibirá. Por ahora, desafortunadamente, somos más problema que posibilidad.

Gonzalo Banda Analista político

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