"Las mujeres en cuestión incluso llegaron a pintarse algunos dientes de negro, para simular su ausencia".
"Las mujeres en cuestión incluso llegaron a pintarse algunos dientes de negro, para simular su ausencia".
Daniela Meneses

“Creo que el gran problema del Perú es que todavía la gente no vale lo mismo”. Las palabras las dijo la ministra de Economía María Antonieta Alva en una entrevista publicada en este Diario el fin de semana. “Pensemos en la cobertura que hacen los medios a cosas que suceden en San Isidro versus las cosas que suceden en otros lugares. Pensemos en el trato en algunas agencias públicas, en algunos hospitales”. Leyéndola, se me ocurrió otro ejemplo que había tenido lugar por esos días: aquel que nos mostraba que vivimos en una sociedad donde todavía se considera apropiado ‘disfrazarse’ de mujeres andinas.

Supuestamente vestidas de la Paisana Jacinta para el evento de un club, las mujeres en cuestión incluso llegaron a pintarse algunos dientes de negro, para simular su ausencia, y participaron en una caracterización que pareció causarles gracia a muchos de los presentes. La suficiente para seguir el juego, tomar fotos, colgarlas en redes…

Como ya he mencionado antes en esta columna, uno de los problemas con pretender que uno puede ‘disfrazarse’ de una mujer andina (o afroperuana o asiática o árabe) es que esta idea trata a la identidad racial como algo temporal, como algo de lo que se puede salir y entrar. Y no como uno de los problemas más grandes del país. Lo puso bien Marco Avilés en una columna publicada ayer en el “Washington Post”: “Las ropas que te pones como disfraz para hacer reír son las mismas que otras personas no pueden llevar en paz en la calle”.

La foto, sin embargo, hace algo más: nos enfrenta con violencia a las muchas formas de ser mujer en el Perú. Irónicamente, las mujeres que salen en esta foto –y quienes han estado antes que ellas y vendrán después que ellas, porque no son ni las primeras ni las últimas– nos fuerzan a pensar en las diferencias que el ‘disfraz’ no hace más que resaltar. “¿Te imaginas que no tuviera dientes? ¿Que me peinara con trenzas? ¿Que esa fuera mi ropa? ¿No es gracioso que pretendamos ser como ellas, nosotras que no somos nada como ellas?”.

En los últimos años, hablamos cada vez más de las brechas que separan a hombres y mujeres. Pero el ejercicio no está completo si es que no nos preguntamos también por las brechas que separan a las mujeres. Porque no es lo mismo nacer mujer en Huaraz, en una familia pobre, que en una familia de clase media en Loreto. No es lo mismo ser una mujer trans en Lima, que una mujer cis en Piura. No es lo mismo nacer con discapacidades que sin discapacidades. No es lo mismo que el castellano sea tu primera lengua o que lo sea el aimara.

Hacernos esas preguntas es también aprender a buscar qué es lo que nos ocultan las cifras sobre las mujeres. Sabemos, por ejemplo, que el año pasado 30% de mujeres de entre 17 y 24 años asistía a clases en el nivel de educación superior. Pero lo que este dato no nos dice es que mientras la tasa de asistencia femenina urbana era algo más de un tercio, la rural era alrededor de 15%. Como estos hay ejemplos relacionados a la economía (el ingreso promedio de mujeres en zonas urbanas es de S/1.240; en zonas rurales, S/494), a la maternidad adolescente (ocurre con el 24% de mujeres del quintil más bajo y 4% del quintil más alto), al uso de Internet (53%, mujeres no indígenas; 14%, indígenas)…

Lo que estoy tratando de decir, en otras palabras, es que la conversación sobre las fotos hace necesario tener en mente la interseccionalidad. Esa palabra que acuñó por primera vez la abogada Kimberle Crenshaw en 1989, para referirse a cómo la violencia que trae el racismo y la violencia que trae el sexismo muchas veces se solapan, y no pueden entenderse por separado. En una charla reciente, Crenshaw dijo unas palabras con las que los quiero dejar: “Con el tiempo aprendí que las mujeres afroestadounidenses, al igual que otras mujeres de color, al igual que otras personas socialmente marginadas de todo el mundo, se enfrentan a todo tipo de dilemas y desafíos como consecuencia de la interseccionalidad, intersecciones de etnia y género, de heterosexualidad, de transfobia, de xenofobia, de capacidad, todas estas dinámicas sociales se unen y crean desafíos que a veces son bastante únicos”.