"PPK se jugó directamente por la adenda al contrato, salió a justificarla con pizarra y plumón, puso la primera piedra en el Cusco y declaró agresivamente contra los críticos". (Foto: El Comercio)
"PPK se jugó directamente por la adenda al contrato, salió a justificarla con pizarra y plumón, puso la primera piedra en el Cusco y declaró agresivamente contra los críticos". (Foto: El Comercio)
Fernando Rospigliosi

La obstinación del presidente Pedro Pablo Kuczynski ( y su gobierno en no reconocer sus errores y enmendarlos los está conduciendo al descalabro. Las últimas encuestas muestran que después del hipo provocado por el fenómeno de El Niño nuevamente está aumentando su desaprobación. Y ese es un problema muy grave para un gobierno que depende, más que ningún otro desde la restauración de la democracia, de la aceptación de la opinión pública.

Su fracaso con ha sido catastrófico. Además de la forzada renuncia de , lo afecta por varios motivos. Primero, socava la credibilidad del presidente y su gobierno. PPK se jugó directamente por la adenda al contrato, salió a justificarla con pizarra y plumón, puso la primera piedra en el Cusco y declaró agresivamente contra los críticos.

Segundo, incentivó las expectativas de que el aeropuerto se construiría de inmediato y que eso significaría un adelanto significativo para la región. Naturalmente, ahora ya empezaron las protestas en el Cusco.

Tercero, intervino personal y reiteradamente en un asunto en el que él y su gobierno se abrían un flanco muy peligroso, la presunta defensa de intereses privados cercanos. La acusación más dura que se le hizo durante la campaña electoral –e iniciado el gobierno también a otros de sus integrantes– es de ser un lobbista que promueve los intereses de ciertas empresas privadas.

En este punto lo han machacado desde las posiciones más dispares. “Hildebrandt en sus trece” denuncia intervenciones presuntamente irregulares de funcionarios públicos y privados (“¡Chinchero era una trafa!”, 26/5/17). El congresista fujimorista Héctor Becerril ha resumido su crítica en su cuenta de Twitter: “PPK y Zavala toda la vida se dedicaron a los lobys y de pronto llegan a ser pdte. y premier, obviamente miran al país como un botín” (30/5/17).

Desde ángulos diametralmente opuestos arremeten con las mismas acusaciones.

Los únicos que parecen no darse cuenta de sus errores son PPK y sus colaboradores. Más allá del desastre de Chinchero, se empeñan en no reconocer que carecen de estrategia y operadores políticos, lo que para un gobierno precario constituye un peligro supremo.

No es que sean tontos o poco inteligentes, es que porfiadamente se niegan a admitir sus desaciertos y enmendar la trayectoria. No es un consuelo, pero muchos gobernantes en todo el mundo han padecido –y padecen– el mismo defecto.

La extraordinaria historiadora norteamericana Bárbara Tuchman escribió una suerte de historia universal de la terquedad política, “La marcha de la locura. De Troya a Vietnam”, donde analiza cómo gobernantes a lo largo de la historia han transitado al despeñadero por no rectificar el rumbo, a pesar de las evidencias que mostraban que estaban equivocados: “Un fenómeno que se advierte a lo largo de la historia, en cualquier época y lugar, es la tendencia de los gobiernos a emprender políticas contrarias a sus propios intereses”.

Un elemento clave, dice Tuchman, es la testarudez de los gobernantes: “La terquedad, el origen del autoengaño, es un factor que desempeña una función importante en el gobierno. Consiste en evaluar una situación a partir de ideas preconcebidas, eludiendo o rechazando cualquier indicio de signo contrario, y actuar en función del deseo, sin dejarse desviar por los hechos”.

Es decir, la realidad es olímpicamente ignorada, como están haciendo PPK y sus principales colaboradores. Ellos insisten en que tienen el mejor equipo y lo están haciendo todo maravillosamente. Solo les falta comunicar mejor sus éxitos.

Como anota Tuchman, no hay nada inevitable, “siempre existe la libertad de cambiar o de desistir de un rumbo contraproducente, si el político tiene la valentía moral de hacerlo. [...] Sin embargo, reconocer el error, reducir las pérdidas, alterar el rumbo es la opción más repugnante para quienes ejercen el poder. Un jefe de Estado casi nunca se plantea la posibilidad de reconocer un error”. Y eso es porque tiene la irreprimible necesidad de proteger su ego. Cuanto más se haya comprometido en una política el ego del gobernante, “más inaceptable es la retirada”.

Así, PPK y su gobierno persisten tercamente en el mismo rumbo que lleva al Titanic que pilotean en curso de colisión con el iceberg. El problema es que ese barco es el Perú y todos estamos a bordo.

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