¿Los toros no sufren?, por Martha Meier Miró Quesada
¿Los toros no sufren?, por Martha Meier Miró Quesada
Redacción EC

Arrancó la temporada de y con ella el debate entre los amantes de las corridas y quienes las consideramos abominables. Cada quien es libre de apreciar o despreciar lo que le place o lo que hiere su sensibilidad. Y a muchos hiere el ver a un toro sangrante y hundir, agotado, su hocico en la arena.

No faltará quien diga que las están muy arraigadas en todos los rincones del Perú. Cierto, pero la costumbre de algo que no eleva el espíritu y que insensibiliza no la hace buena. 

El filósofo español sostiene –en alusión a los antitaurinos– que “solo un bárbaro no distingue entre un humano y un animal”.  Ese no es el punto y ni siquiera es un argumento, es una frase con la que se trata de confundir. afirma, también, que “los toros son alta pedagogía porque […] es un espectáculo de creación de belleza como la poesía, la música y la novela” y que “es una fiesta cruel, porque la verdad de la vida es cruel”. Ambos intelectuales –unidos en el proyecto político del partido Unión Progreso y Democracia (UPD)–- evaden el tema de fondo: ¿regocijarse con la masacre del toro enaltece al espíritu humano?

Las disquisiciones “racionalistas” de Descartes, propias del siglo XVII, ya no son tolerables. Ese filósofo afirmaba que el grito de un animal al ser golpeado no resultaba del dolor sino que era como el “ruido metálico de los resortes y engranajes cuando se cae un reloj o un juguete de cuerda”. En pleno siglo XXI sabemos que los animales sienten y sufren, aunque a algunos no les importe. Para Savater el toro “no sufre. El sufrimiento es la visión racional del dolor”. Como fuere, las corridas de toros son aborrecidas en casi todo el mundo, menos en España, México, Colombia y Perú.

A falta de argumentos sólidos para defender las corridas, lo mismo que Vargas Llosa, Savater y su par dan vueltas sobre dos ejes: las corridas son parte de la tradición hispana y su prohibición atenta contra la libertad. No sabemos si lo mismo pensaba el mientras disfrutaba una corrida en Las Ventas de Madrid, en setiembre de 1959.

Savater viene ensayando últimamente un psicodélico discurso ecológico: “Los que luchan contra la fiesta del toro no tienen claro que su desaparición no sería simplemente la desaparición de los toros bravos. En , las dehesas donde se crían son un ecosistema específico que comprende bosques, aguas y muchos otros animales […] Acabar con los toros bravos es condenar esos terrenos, verdaderas reservas naturales, a ser campos de maíz transgénico”. Más bien esos lugares podrían ser parques nacionales, sostener otra fauna y crianzas y hasta  convertirse en centros de agricultura orgánica o de interés para el turismo.

Savater dice: “Me importan los humanos, que son compañeros de la conciencia, la muerte y la libertad”. ¿Qué pasa con los millones de personas con profundas discapacidades y enfermedades mentales que los limitan a ser sus “compañeros de la conciencia, la muerte y la libertad?”