“Las torres derrumbadas”, por Pedro Canelo
“Las torres derrumbadas”, por Pedro Canelo
Pedro Canelo

Teníamos solo 16 años pero esa noche de la graduación también recogimos un ficticio certificado de mayoría de edad. Estábamos eufóricos y festivos hasta que unos ruidos de explosión acompañaron a la banda sonora de ese 17 de diciembre de 1996. Confundidos y optimistas imaginamos que alguien del comité de padres había contratado fuegos artificiales para celebrar nuestro egreso. Alienados por la más reciente serie norteamericana lanzamos los birretes al aire y agradecimos que la parafernalia de ese cierre escolar se expanda hasta las calles que rodeaban el auditorio. El reporte de las noticias llegó a través de la radio portátil del vigilante. El Movimiento Revolucionario Túpac Amaru había tomado la residencia del embajador japonés en San Isidro, a solo diez cuadras de aquel pequeño colegio en Lince. Ese ‘big bang’ sonó por varios minutos hasta perdernos en el agujero negro del miedo.

La liberación del ex cabecilla del MRTA está dentro de un correcto marco legal. Ese señor no le debe años a la justicia peruana, pero sí debe infinitas disculpas a todo un país. Verlo en una entrevista por la televisión en horario estelar de domingo fue perturbador. Su rostro no abría las puertas al arrepentimiento, su mirada parecía aún contar cada día que vivió en la cárcel. Mientras algunos volvíamos a la oscuridad del apagón noventero, los más jóvenes preguntaban quién era ese se- ñor a punto de llorar con el zoom de la cámara listo para captarlo. No es culpa de ellos no saber. A ese muchacho que en una encuesta televisiva confundió a Abimael Guzmán con Gabriel García Márquez me gustaría decirle que aún era un niño cuando la explosión de un canal de señal abierta destruyó la puerta de mi casa en 1992. O también que era un adolescente cuando esa toma de rehenes en San Isidro nos encerró en cuatro paredes la noche que íbamos a festejar nuestra graduación escolar. Cada vez que escucho o leo MRTA pienso en escapes de prisión (Víctor Polay Campos), en secuestros, en ‘cárceles del pueblo’. MRTA o Sendero Luminoso son palabras que suenan a coche-bomba. Son palabras que estallan.

Si queremos construir una muralla para que el terror no regrese, usemos el arma letal de la memoria. No nos burlemos de esos universitarios que saben poco o nada de Tarata o que cantan en discotecas “Las torres derrumbadas” de los “Nosequién” sin entender la raíz de protesta que tenía esta letra. A muchos de nosotros nadie nos explicó qué era el terrorismo, nuestro curso acelerado llegó con un soberano bombazo. Será inevitable que los sentenciados por terrorismo sigan saliendo en libertad, a la única cadena perpetua que nos toca condenarlos hoy es a la prisión eterna del recuerdo.