Pablo Roca

Ana es usuaria frecuente de la línea roja. Sus viajes a veces incluyen ir desde Puruchuco hasta el óvalo de La Perla. Lamentablemente, padece todos los días el mismo caos y los efectos de una guerra donde todo vale con tal de llegar a tiempo. La empatía escasea, pocas veces importa el otro, pues el objetivo, “lograr a tiempo mi agenda”, se impone sobre el resto.

Las autoridades han buscado asegurar el cumplimiento de la normativa. En el papel, se buscan acciones en beneficio de la ciudadanía. Pero la evidencia demuestra que la evaluación de viajar en transporte público en hora punta es aún deplorable.

Ana, sin embargo, no se deja vencer ante el tráfico. Encuentra la forma de llegar al destino fijado. Lo mismo se puede hacer desde la gestión pública. Encontrar la forma de transitar desde decisiones basadas en normativa hasta decisiones efectivas. Es cierto que la norma cumple un rol importante. Delimita lo admisible y señala como punible aquello que debe castigarse, buscando minimizar conductas nocivas o perjudiciales, que vulneran derechos ciudadanos.

No obstante, las normas escritas no son la única herramienta. Menos aún en un país donde muchos conductores transitan con un cúmulo de multas sin pagar. La sanción no modifica su acción. El conductor que sigue infringiendo normas, acumulando papeletas, lo hace porque puede seguir ganando plata. Combina la impunidad frente a las papeletas con la posibilidad de seguir ganando dinero. El poder está en el mercado. Es necesario pasar de la sanción sin cumplimiento a la decisión con atrevimiento.

En su estancia en Londres, Ana pudo ver cómo en los paraderos figuraba el tiempo en que llegaría el siguiente bus: tres minutos, por ejemplo. Así, de tener ello en Lima, sería posible desestimar una decisión apresurada (tomar un colectivo informal) y transitar a una mejor informada. Llegar a tiempo es más importante que la formalidad del medio de transporte y, si no hay ningún corredor a la vista, se teme que no pase ninguno a tiempo. El Estado tiene una responsabilidad sí, pero también más de una opción o instrumento de intervención.

Hay otras medidas interesantes, como tener precios reducidos fuera de las “horas punta”, como incentivo para que no todos salgamos a la misma hora. Lamentablemente, si los horarios de oficina o trabajo permanecen rígidos, puede que el efecto de esto sea limitado. Sin embargo, se podría pensar para las líneas de metro y del Metropolitano. También ahorraría tiempo el poder recargar desde el celular, para que Ana no tenga que ir a un Tambo o hacer cola con la persona que recarga la tarjeta. Es necesario pensar políticas que puedan entregar información oportunamente y ahorrar costos o tiempos para tomar decisiones más efectivas sobre problemas reales, a medida del usuario, es una necesidad impostergable. Hagamos más políticas a medida de Ana y a tu medida.

Pablo Roca es profesor universitario y consultor en temas de gestión, educación y representación

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