Pedro Castillo acaba de descolocar, una vez más, a la oposición, que sigue sumergida en un enfrentamiento interno de egos y rencillas pasadas. Todo ello frente a los ciudadanos, atentos espectadores en un país que se debate entre una mayoría que vive en un mundo informal, donde no existe Estado y donde se impone la cultura chicha, y una élite que, fiel a sus orígenes de tapada limeña, prefiere no ver ni hacer el esfuerzo por entender la realidad del país en el que, por desgracia para algunos, les tocó nacer.
Ese mundo informal, donde se desarrolla la gran mayoría de peruanos, es el que ha llegado a Palacio de Gobierno. Y, con él, llegaron sus reglas e instituciones informales. Los amigos chotanos del presidente y sus familiares se mudan a la residencia de Palacio y comienzan a ganar licitaciones y contratos. Porque en el mundo informal, donde no existe Estado de derecho –esto es, reglas claras iguales para todos que son impuestas por el Estado–, se forman pequeños círculos de confianza de familiares y amigos. El beneficio de uno es el beneficio de todos en su círculo. Y aquellos que no pertenecen al círculo no son merecedores de confianza.
El Perú vive en la etapa previa a la edad moderna, donde se crean los estados republicanos con poder centralizado. Nuestro país está formado por feudos dentro de un territorio nacional que busca imponerse como república, pero que está aún lejos de serlo. Un mosaico de territorios al mando de caciques regionales donde se impone la ley del más fuerte, la ignorancia y la corrupción. Donde no hay ciudadanos iguales ante la ley. Porque no hay ley.
Somos un país donde día a día los ciudadanos tienen que “resolver” para sobrevivir frente a la inoperancia de un Estado incapaz de satisfacer las necesidades mínimas de sus ciudadanos, pero rápido para ahogarlos. Un Estado corrupto y mercantilista, que no responde a los intereses de sus ciudadanos y cuyas leyes, rara vez cumplidas por todos, generan barreras para que los peruanos puedan desarrollarse libremente, hacer empresa y lograr cumplir sus metas. El Perú es un país conflictivo y violento, donde el mismo Estado reconoce la violencia como mecanismo de negociación, donde se reparten prebendas al mejor postor y aquellos que quieren operar dentro del sistema son presionados constantemente por regulaciones sin sentido que encarecen operar en la formalidad. Las reglas en el Perú están hechas para empujar a los peruanos a la informalidad y la corrupción.
Los partidos políticos son los llamados a canalizar los intereses de los ciudadanos, pero en el Perú los movimientos políticos que existen son solo vehículos electorales que llegan al poder para defender intereses de grupos de poder y no de la mayoría de peruanos. Por eso tenemos un Estado que no responde a sus ciudadanos. Así se ha ido alimentando nuestro descontento con la política. Nadie se siente representado por la clase política que se manifiesta en el “que se vayan todos”. Porque la realidad es que el Estado Peruano es una carga para el desarrollo del país.
Y mientras la élite observa perpleja las negociaciones en la casa de Sarratea, donde personajes escapados de un mundo farandulero se reúnen con el presidente y su entorno para inmediatamente después ganar licitaciones públicas. Esa misma élite olvida que antes los acuerdos bajo la mesa y las licitaciones y contratos los dirigían ellos, desde suites de hoteles o algún club privado. Donde no se comía salchicha huachana, pero se tomaba whisky etiqueta azul. Y ahí también ganó la impunidad.
Este desconocimiento de la realidad del país hace que no podamos entendernos ni articular una respuesta para la crisis en la que estamos sumergidos. La liberación de Antauro Humala será, sin duda, un factor desestabilizador. Castillo y Antauro comparten una visión del Perú como un país injusto y discriminador en el que los descendientes de españoles se han impuesto a costa de los derechos de los verdaderos peruanos y, por ello, sostienen, se debe refundar el Estado. Y mientras la oposición sigue detenida en sofismos sin sentido, Castillo nos va ganando la partida.