Andrés Oppenheimer

Muchos grupos internacionales les dan medallas a grandes defensores de los derechos humanos, pero ya es hora de que empiecen a hacer ceremonias similares para denunciar públicamente a los principales cómplices de las dictaduras. Propongo que el presidente brasileño Luiz Inácio sea el primer destinatario de esa deshonra.

Lula repitió el 29 de junio su absurda afirmación de que el dictador venezolano Nicolás Maduro, que se reeligió fraudulentamente en el 2018 tras proscribir a los principales líderes de la oposición, es un presidente legítimo. El mandatario brasileño añadió increíblemente que en “hay más elecciones que” en su país.

Un mes antes, Lula había invitado a Maduro a participar en una cumbre de presidentes sudamericanos elegidos democráticamente, y le dio una bienvenida de alfombra roja. En esa ocasión, Lula dijo que las acusaciones de que Maduro es un dictador son parte de “una narrativa que se ha construido contra Venezuela”.

Es difícil escuchar estas escandalosas declaraciones en defensa de Maduro sin preguntarse si el presidente brasileño está bromeando o vive en otro mundo. Maduro no solo robó las elecciones del 2018, como denunciaron en su momento más de 50 países, sino que, según el grupo defensor Human Rights Watch, es responsable de 19.000 ejecuciones políticas entre el 2016 y el 2019.

La Corte Penal Internacional anunció el 27 de junio que está reanudando su investigación sobre los probables “crímenes de lesa humanidad” de Maduro, que el régimen venezolano había pedido suspender. Según las Naciones Unidas, más de 7,1 millones de venezolanos han huido del país en los últimos años.

Sin duda, no se puede meter a Lula en el mismo saco que a Maduro o a los dictadores de Cuba y Nicaragua. El presidente brasileño fue elegido democráticamente y, para su crédito, no se aferró al poder tras finalizar sus dos primeros mandatos en el 2010.

Pero Lula se ha convertido en un entusiasta propagandista de algunos de los peores dictadores del mundo. Además de apoyar a los regímenes autoritarios de América Latina, ha hecho varias declaraciones a favor del gobernante ruso Vladimir Putin, incluso después de la invasión rusa de Ucrania.

Brasil había condenado la invasión rusa de Ucrania en las Naciones Unidas en el 2022, pero desde entonces Lula ha hecho varios comentarios que parecen seguir la línea de la propaganda rusa.

Los analistas políticos de Brasil están divididos sobre lo que está pasando por la cabeza de Lula. Algunos dicen que, a sus 77 años y con pocas posibilidades de otro mandato, está dándole rienda suelta a su izquierdismo. Otros dicen que está extendiéndole ramas de olivo a Maduro y Putin porque quiere ser un mediador en Venezuela y en la guerra de Rusia con Ucrania.

Según esta última versión, Lula quiere ayudar a negociar un acuerdo entre Maduro y la oposición para permitir elecciones libres en Venezuela en el 2024. Pero estoy empezando a dudar sobre la seriedad de los esfuerzos de Lula para restablecer la democracia en Venezuela.

El 30 de junio, apenas un día después de las más recientes declaraciones del presidente brasileño en defensa de Maduro, el régimen venezolano inhabilitó a la candidata opositora María Corina Machado para presentarse en las elecciones del 2024.

Poco antes, el régimen de Maduro anunció que nombrará un nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE), cuyos miembros serán elegidos por un comité legislativo que en la práctica estará liderado por su esposa. Todo indica que las elecciones de Venezuela del 2024 serán un chiste.

A menos de que haya una sorpresa de último momento, Maduro irá a las elecciones con un CNE nombrado por él, sin rivales de peso, y sin observadores internacionales creíbles.

De manera que sugiero nominar al presidente brasileño para el primer premio a la complicidad con los dictadores. Ha dado sobradas pruebas de que merece esa lamentable distinción.

–Glosado y editado–

© El Nuevo Herald. Distribuido por Tribune Content Agency, LLC

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