“Veo todo lo que está sucediendo, y no me siento parte. Como si viviera entre paréntesis. ¿Alguna vez se han sentido así?”, nos pregunta el poeta Cinna al inicio de la obra.
La pieza de Tim Crouch parece repetir las frases que nos hemos estado diciendo en estos tiempos. Ver lo que sucede a nuestro alrededor y no sentirnos parte es un hábito común: no nos sentimos parte de quien en una plaza pública desea la muerte de otros, de quien tira piedras en un evento político, de quien inyecta vacunas de aire a los pacientes. No nos sentimos parte de las declaraciones confusas, contradictorias y vacías de uno de los candidatos y no terminamos de creer las afirmaciones de la otra. Estamos en el medio, expectantes, esperando una señal de confianza. Vivimos entre paréntesis, hartos de que la elección del mal menor sea una costumbre. La idea de un líder que exprese un bien mayor, que pueda unificarnos en una dirección razonable, es una utopía que, quizá, en una época menos polarizada, pueda llegar.
El magnífico montaje de “Yo, Cinna (el poeta)”, que puede verse virtualmente en el Teatro Británico, está conducida por la vibrante y magnífica actuación de Salvador del Solar. Es el año 44 a. C., y ese mismo día han matado a Julio César. Cinna vive en la incertidumbre. No sabe si unirse a las calles que protestan por la muerte del líder o escribir un poema. Se aferra a las palabras, capaces de crear un universo donde nos sintamos unidos. Escribe en un cuaderno: “Qué”. “Tendrá”. “Quiénes queremos ser”. Poco después va a decir: “Quiero escribir sobre la paz, el amor, pero este mundo no me deja”. Mientras tanto, se enfrenta, bajo la estupenda dirección de Luis Tuesta, a unas luces violentas. Son las del mundo de afuera. Hacia el final de la obra, Cinna le pide a los espectadores que se tomen cinco minutos para escribir un poema. Quizá no haya un acto más lleno de esperanza que ese.
La obra está basada en la figura de Helvius Cinna, autor de “Smyrna”, un poema épico. Asesinado el mismo día que Julio César, confundido con un conspirador ligado a Bruto, Cinna está despidiéndose del mundo. Para graficar el paso del tiempo, pone a hervir el agua durante un minuto. Antes de ese plazo nos pide responder a las preguntas más importantes de todas: “¿Por quién daría la vida?”, “¿Por quién mataría?”.
Cinna escribe y sigue escribiendo. Quiere restaurar la confianza en el lenguaje como un vehículo de unión. En tiempos convulsos, cree que las palabras, que todos compartimos, tienen una función en el entendimiento colectivo. Su intención es sencilla. Vamos a reconocer las palabras. Vamos a mirarlas. Vamos a entenderlas. Vamos a recordar lo que quieren decir. Vamos a encontrar en ellas un lugar donde reconocernos todos. En ese proceso imagina una república del lenguaje donde los ciudadanos son los sustantivos y los políticos los adjetivos.
Cinna escribe: “rey”, “república”, “guerra”, “libertad”. También escribe muchas veces la palabra “cobarde” (en alusión a la frase de “Julio César” de Shakespeare: “Los cobardes mueren muchas veces antes de su muerte”). Nuestra esperanza está en la posibilidad de que entendamos esas palabras.
En “La Republica del silencio”, Sartre afirmaba que somos más libres cuando nos enfrentamos a una amenaza. Es en esa situación que evaluamos más que nunca todas las consecuencias de nuestros actos. Esta es la situación que cada uno de nosotros deberá resolver en estos tiempos de pandemia sanitaria y política. Tal vez podamos sentirnos otra vez parte del mundo que nos cuesta reconocer.
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