Llevamos ya casi 20 días de emergencia y aislamiento social obligatorio, y desde el primero de ellos el presidente de la República ha asumido la responsabilidad de informar cotidianamente a la ciudadanía sobre la expansión del COVID-19 en el país y sus consecuencias. Día a día, el mandatario divulga cifras sobre la cantidad de pruebas moleculares realizadas y sobre el número de ellas que ha dado positivo (es decir, sobre la cantidad de infectados). Anuncia, también, cuántos de los contagiados están hospitalizados y cuántos en cuidados intensivos, precisados de ventilación mecánica, así como la cifra de las víctimas mortales que terriblemente el virus va cobrando.
Felizmente, no todas son malas noticias. De un tiempo a esta parte, viene reportando asimismo la cantidad de pacientes que ya han sido dados de alta, y tranquilizando a la población –en la medida de lo posible- con noticias sobre la llegada de donaciones y compras de más pruebas y recursos médicos para luchar contra la plaga.
Se trata por eso mismo de una práctica acertada. La mejor receta para controlar el razonable temor que se apodera de todos en circunstancias como esta es el conocimiento exacto de las dimensiones del problema que enfrentamos. La ignorancia de ese dato tiende a alimentar la fantasía y a provocar que muchos lo imaginen aún más grande de lo que es.
Después de unas cuantas de esas sesiones de contacto con la población, sin embargo, se perdió un ingrediente de ellas que, en nuestra opinión, resultaba esencial: la capacidad de los periodistas de hacer preguntas directas por estar presentes. En lugar de ello, se ha establecido un sorteo de interrogantes planteadas por escrito por medios de todo el país. Esto tiene, por un lado, la virtud de darles voz a los diarios o radios no establecidos en Lima y de reunir menos gente en el ambiente en el que las sesiones se realizan. Pero, por otro, genera la sensación de que las preguntas pueden ser previamente “filtradas” para no abordar los temas incómodos para el Gobierno; y sobre todo, elimina la posibilidad de la repregunta: un recurso periodístico medular para ajustar lo que se quiere saber y comunicar al público. Particularmente, si en la conferencia de prensa se hacen anuncios relevantes sobre los que nadie podrá plantear dudas… hasta el día siguiente.
Las preguntas, después de todo, retroalimentan al Gobierno con respecto a la efectividad de las medidas que va adoptando y lo informan sobre problemas que pudiera no estar viendo. Esto ya ha sido largamente identificado en diversos países de Europa donde el combate contra la pandemia pasa por sus momentos más dramáticos.
Existe, por ejemplo, una considerable controversia en España sobre la estrategia de comunicación entre las autoridades y la población. Allí las preguntas al jefe de Gobierno, Pedro Sánchez, son efectivamente “filtradas” por la Secretaría de Estado de Comunicación, lo que ha provocado protestas de asociaciones de prensa. Los homólogos de Sánchez en Italia, Francia, Alemania y el Reino Unido responden, en cambio, interrogantes que les formulan periodistas directamente por videoconferencias.
¿No podría ser también esa una forma de hacerlo aquí? Mientras más transparencia del gobernante, más confianza de parte de los gobernados. Y mientras mayor sea la confianza de parte de estos en la administración, mejor será su cumplimiento de las disposiciones emanadas de ella.
Esto se hace indispensable, además, en un contexto en el que progresivamente la severidad de las medidas restrictivas se va incrementando. Distinguir, por ejemplo, los días en los que los varones y las mujeres pueden salir para proveerse de lo que hace falta puede ser una iniciativa perfectamente razonable en estos momentos. Pero es previsible que suscite dudas y la ocasión adecuada para plantearlas habría sido ayer. Hoy quizás se dictarán otras que tendrán que esperar 24 horas para ser materia de consulta.
Restablecer las preguntas directas y en tiempo real sería una forma de convertir una estrategia de comunicación mayormente acertada en completa.
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