(Foto: Presidencia)
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Editorial El Comercio

La VIII Cumbre de las Américas que culminó ayer en Lima se desarrolló en un contexto de importantes cambios y riesgos para la región. Luego de años en los que el crecimiento económico de América Latina fue nulo o incluso negativo, desde el 2017 la zona ha empezado a mostrar signos de recuperación en línea con las mejores condiciones económicas del resto del mundo y los nuevos vientos políticos. El 2018, de hecho, debería ser el año de mayor crecimiento desde el 2013.

Es claro que los últimos tiempos han visto un debilitamiento de gobiernos y políticos cercanos a la izquierda de un continente que, en promedio, parece decantarse hoy por políticas más afines a mercados abiertos e integrados, en contraste con las amenazas proteccionistas que vienen de Norteamérica.

En el cono sur del continente, por ejemplo, la transición ha sido clara. Luego de un segundo gobierno con más limitaciones que aciertos de parte de Michelle Bachelet en Chile, las riendas del país han vuelto a caer en Sebastián Piñera, candidato de la derecha en las elecciones de diciembre pasado. En Argentina, después de 12 años de gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, Mauricio Macri es el mandatario responsable de desmontar las distorsiones económicas acumuladas por años de mal manejo, controlar una inflación alta que empieza ya a ceder y abrir la economía argentina.

En el país más grande del subcontinente, el reciente encarcelamiento del ex presidente Lula da Silva ha debilitado significativamente a la izquierda brasileña de cara a las próximas elecciones presidenciales. Mientras tanto, Michel Temer, impopular mandatario de Brasil, ha impulsado reformas liberales vinculadas, por ejemplo, al mercado laboral y previsional. En Ecuador, Lenín Moreno ha sorprendido a propios y ajenos al desmarcarse de ciertas políticas promovidas por su antecesor, Rafael Correa, y acercarse, por el contrario, a posiciones más fiscalmente responsables y promotoras de la inversión privada. El Programa de Reactivación Económica de Ecuador incluye, por ejemplo, el ahorro de US$1.000 millones anuales del gasto público y la llegada de la banca internacional al país.

Los vientos de la región, en general, se inclinan por ahora hacia la apertura comercial, el fomento de la inversión privada y la responsabilidad fiscal. Ello es parte de los temas abordados en la cumbre de Lima. No obstante, el cronograma electoral de este año podría empujar en dirección opuesta. Los comicios de mayo en Colombia tienen como uno de los principales contendores a Gustavo Petro, ex guerrillero y alcalde mayor de Bogotá. Lo más probable es que Petro logre pasar a una segunda vuelta electoral que disputaría con el candidato afín al ex presidente Álvaro Uribe, Iván Duque. Por su lado, en México, el candidato izquierdista Andrés López Obrador tiene una ventaja de casi 11 puntos porcentuales sobre Ricardo Anaya, postulante de una alianza conformada por partidos de derecha e izquierda. Finalmente, las elecciones en Venezuela son un caso particular por el descrédito del que están revestidas.

Espacios de diálogo como el que el Perú ha organizado en estos días sirven para poner en perspectiva lo que ha avanzado la región en los últimos años y cimentar los logros, pero también para llamar la atención sobre los retos que tiene por delante. Hay una agenda común amplia y que se enfrenta mejor en conjunto. Esta pasa por la mejora de la infraestructura latinoamericana, el combate coordinado contra la corrupción, la mejora de la productividad laboral, la integración financiera, entre varios temas adicionales que ninguna nación puede resolver por sí sola. El contexto político particular de cada país, sin embargo, es lo que marca a fin de cuentas cuánto puede cada uno aprovechar verdaderamente de espacios como estos. La conclusión parece ser que en general hay razones para un ambiente optimista en la región de cara a los próximos años, aunque no en todos lados se respire lo mismo.