En las últimas semanas, dos ex procuradoras del Estado han tenido reacciones opuestas frente a las invitaciones que recibieron para sumarse a distintos proyectos políticos. Mientras la ex procuradora especializada en lavado de activos Julia Príncipe descartó toda posibilidad de integrar la plancha presidencial de Peruanos por el Kambio (y de paso, cualquier otra), su antigua colega especializada en temas de anticorrupción, Yeni Vilcatoma, aceptó liderar el equipo encargado de tan delicada materia en la campaña de Fuerza Popular, dejando, además, abierta la puerta para una eventual postulación a algún cargo de elección popular.
Lo ocurrido con ellas no es insólito. Por la gravitación política de los asuntos con los que a veces les toca lidiar, estos funcionarios adquieren en ocasiones notoriedad pública y se hacen atractivos para las organizaciones que se disponen a competir por el voto ciudadano. Ha sucedido antes (pensemos, por ejemplo, en Omar Chehade, que antes de ser candidato a la vicepresidencia y al Congreso por el humalismo fue jefe de Extradiciones de la Procuraduría Anticorrupción cuando esta tenía entre manos el Caso Fujimori) y seguramente continuará sucediendo. Pero, como acaba de demostrar la señora Príncipe, recibir esas invitaciones no supone necesariamente aceptarlas.
Nadie discute, desde luego, el derecho de esos ex servidores públicos a hacerlo, pero sí la conveniencia. Particularmente, si el trabajo que realizaron cuando todavía ostentaban su antiguo cargo trató de ser desvirtuado con el argumento de que respondía a una agenda política: una circunstancia que comparten las ex procuradoras Vilcatoma y Príncipe. Ambas, en efecto, estuvieron en su momento dedicadas a investigaciones que tocaban el poder político de turno y afectaban, directa o indirectamente, al entorno presidencial (el caso Martín Belaunde Lossio y el affaire de las agendas de la primera dama, respectivamente). Y ambas, también, perdieron el puesto por disposición del Ejecutivo, en medio de acusaciones de estar haciéndole el juego a una oposición que solo quería perjudicar la imagen del oficialismo.
Las encuestas indicaron pronto que una mayoría de la ciudadanía no creía en la veracidad de esa imputación y entendía que había sido más bien en las destituciones de las funcionarias donde había intervenido la política. Pero eso podría cambiar con las contrastantes reacciones que, como decíamos, han tenido las dos ex procuradoras ante las invitaciones para participar en las ya mencionadas campañas.
Mientras la señora Príncipe se apresuró a señalar en un comunicado a la opinión pública del 8 de diciembre pasado que sus “labores como servidora del Estado, en todo momento, han sido de carácter técnico jurídico, lejos de un cálculo político para acceder a lides electorales” y declinó las ofertas que le hicieron, la señora Vilcatoma aceptó la de Fuerza Popular sin dudarlo. Y la consecuencia no se hizo esperar.
La señora Heredia, presidenta del partido gobiernista y –dada su cercanía a Martín Belaunde Lossio– uno de los principales personajes políticos mellados por las indagaciones en las que ella había participado, apuntó rápidamente en su cuenta de Twitter: “¿Se acuerdan cómo saltó a la palestra pública la Sra. Vilcatoma? ¿Cómo atacaba en medios? Keiko ahora agradece los servicios prestados”.
Que la suspicacia expresada por la esposa del presidente logre cambiar la percepción pública sobre el grado de involucramiento de las esferas más altas del poder en el caso Belaunde Lossio y sobre la transparencia de los esfuerzos palaciegos por apartarlo de sí es algo que está por verse. Pero lo que sí consigue es generar la sensación de que se ha usado un puesto dedicado a la defensa de los intereses del Estado –que, finalmente, es de lo que se trata la labor de toda procuraduría– como trampolín para iniciar una carrera política.
Y eso es lamentable, porque el trabajo de todos los que, como Príncipe y Vilcatoma, han tenido entre manos asuntos que podrían contribuir a limpiar la función pública de las sombras que con frecuencia se ciernen sobre ella, es lo suficientemente importante como para ser visto como un fin en sí mismo y no como un medio. Un propósito al que, sin embargo, las respuestas de las dos ex procuradoras que nos ocupan a la tentación de la aventura electoral han servido de manera distinta.