Cada cierto tiempo aparecen en la escena política nacional figuras que ignoran con descaro los principios institucionales más básicos. Personajes que, investidos con algún poder público menor y transitorio, se sienten por encima de las normas que aplican al resto. El oportunismo, cinismo y desfachatez son sus monedas habituales.
Pocos han cumplido con este pobre papel con tanta precisión como el ex secretario general de Palacio de Gobierno Bruno Pacheco. Como se recuerda, las primeras denuncias públicas en contra del anterior coordinador de marchas de la Federación Nacional de Trabajadores en la Educación del Perú (Fenate Perú) se desprendieron de las graves revelaciones realizadas por dos ex comandantes generales de las FF.AA. sobre una presunta injerencia irregular del Ejecutivo en los ascensos de las instituciones castrenses que lo tuvieron a él como uno de los protagonistas. A esto se le sumó prontamente la filtración de conversaciones vía WhatsApp que mantuvo con el jefe de la Sunat, Luis Enrique Vera. En estas, Pacheco presiona a Vera para favorecer a sus “amigos” y le recuerda que “hay que ser recíprocos en la atención”. Su situación se complicaría aún más luego de que la fiscalía hallase US$20 mil en efectivo en un estante del baño de la Secretaría General que era usado por Pacheco. La intervención sucedió el 19 de noviembre, el mismo día en el que renunció al cargo en el Ejecutivo, pero para entonces su estela de desaguisados ya era imposible de ocultar.
Los entuertos, de hecho, siguen creciendo. Esta semana, la Fiscalía de la Nación abrió una investigación contra Pacheco por el presunto delito de enriquecimiento ilícito y una de las preguntas por responder es la naturaleza de los S/20 mil en efectivo que Eric Huaymana Carbajal, chofer del Despacho Presidencial, depositó en las cuentas del entonces secretario general. Pacheco está también en el ojo de la tormenta en la investigación preliminar a propósito de la buena pro al Consorcio Puente Tarata III. Karelim López, operadora del grupo empresarial y familiarizada con el despacho alterno del presidente Pedro Castillo en Breña, los visitó a él y al mandatario seis veces en Palacio de Gobierno antes de que el consorcio ganase la obra de S/232,5 millones por 27 centavos de diferencia frente a un grupo “competidor”.
En el colmo del descaro, el martes pasado Pacheco entregó al Ministerio Público un celular nuevo y vacío que impide revisar el contenido de sus conversaciones pasadas. Arguyó que el día anterior –el lunes– “lo había perdido”. La ridícula excusa trae a la memoria el episodio de Joaquín Ramírez, ex secretario general de Fuerza Popular investigado por lavado de activos, quien informó que había perdido los documentos de sus empresas en un accidente de tránsito en el 2014.
Los indicios de corrupción en Palacio de Gobierno son evidentes, y la actitud de Pacheco es una burla y una falta de respeto hacia las autoridades y hacia el país. Pero, más allá de la absurdidad del personaje, lo realmente preocupante de todo el asunto es que cualquier poder que pueda haber ostentado Pacheco durante su corta pero ajetreada gestión emanaba de un solo lugar: la Presidencia de la República.
¿Qué respuestas ha ofrecido hasta ahora el mandatario? Estos destapes le pegan en el seno de su esfera de influencia. No puede ignorarlos. Si Pacheco estuvo donde estuvo e hizo lo que hizo, el principal facilitador, directo y sin escalas, fue el propio presidente Castillo. En el mejor de los casos, esto habla fuerte sobre la profunda incompetencia del presidente para estar al tanto de las actividades de su personal más cercano y de confianza. Y ese, decíamos, es el mejor de los casos.
Contenido sugerido
Contenido GEC