Editorial: El escudo de la guerra sucia
Editorial: El escudo de la guerra sucia

El elector quiere saber. Quiere saber qué piensan los candidatos, qué personalidad tienen, con quiénes se asocian, cómo reaccionan. El elector quiere, justificadamente, conocer a sus candidatos. El mandato, después de todo, es un encargo personal.

Es positivo que los candidatos excluyan del debate los insultos, las mentiras y las intrigas. Desde estas páginas hemos criticado los ataques chauvinistas recientemente proferidos por los postulantes de Alianza Popular, así como las diatribas formuladas en su oportunidad por Daniel Urresti, Alejandro Toledo y Hernando Guerra García, contra sus contrincantes, un intento desesperado por atraer la atención mediática.

Ello no justifica, sin embargo, que los candidatos dejen de responder ante los válidos cuestionamientos que demandan aclarar si una imputación es verdadera o falsa, ni evitar contestar acerca de las acciones y posturas que tomaría su eventual gobierno, y que son importantes para que la ciudadanía decida.

Recientemente, Verónika Mendoza ha respondido que es ‘guerra sucia’ cuando se le pregunta por la posibilidad de que ella hubiera escrito en una de las polémicas agendas de Nadine Heredia, y que forman parte de una investigación en curso. “Algunos se han puesto nerviosos, han empezado a patinar, han empezado a difamar y caer en la guerra sucia y nos están acusado de toda clase de barbaridades”, ha sido una de las respuestas que del mismo estilo ha dado sobre el tema.

Y cuando se le ha preguntado si se sometería voluntariamente a un peritaje grafotécnico para esclarecer el tema, puesto que más de un perito sostiene que una anotación en la agenda del 2007 está hecha con un trazo que se parece mucho al suyo, contestó: “¿Por el chantaje de una pseudodenuncia que no tiene asidero? Yo, a estas alturas, no me voy a someter”. Su negativa a esclarecer de una vez por todas este cuestionamiento refleja entonces que su calificación de ‘guerra sucia’ es más bien un escudo protector antes que una acusación sustentada.

El alcance del escudo parece ser amplio, pues otros candidatos de esta campaña también lo han usado. Basta recordar las declaraciones desorbitadas de Julio Guzmán cuando se reveló que no procedía su inscripción debido al incumplimiento del estatuto de su partido a la hora de elegirlo: “Los adversarios están utilizando una técnica, que es la que usaron los nazis en Alemania, que es ‘miente, miente, que algo quedará’”. Que la sanción que dictaminase la ley fuese draconiana es una cosa, pero de ahí a hablar de nazis...

Más curioso aun es el caso de Alfredo Barnechea. Luego de intercambiar ataques mediáticos con la candidata Verónika Mendoza, a quien había calificado de ‘chavista’, y quien, en respuesta, lo acusó de usar “descalificaciones propias del aprofujimorismo”, optó por tomar una salida aparentemente alturada: “No contesto los ataques”, sentenció. A los pocos días, sin embargo, censuró a Pedro Pablo Kuczynski de la misma forma que lo hicieron con él y que él había declinado responder: “PPK es lo mismo que el fujimorismo”. Luego ha dicho que llevará a Kuczynski a los tribunales, de donde se entiende que lo encuentra culpable de algún delito. En otras palabras, para algunos solo hay guerra sucia cuando los ataques provienen de sus contrincantes. 

La guerra sucia existe y ha existido por mucho tiempo en nuestra política. Los postulantes hacen bien en ignorar los ataques fanáticos y chauvinistas –como aquellos en los que últimamente incurrió Alan García–. Y lo mismo con las descalificaciones inverosímiles como aquellas en las que incurrió ayer Kuczynski. El electorado, sin embargo, busca más transparencia y menos pretextos. Y la ‘guerra sucia’ es esto último en muchos casos. Una forma de victimizarse, pero, sobre todo, de eludir una esencial responsabilidad del candidato: darnos a conocer quién es aquel que quiere nuestro voto para el encargo más importante que tiene la nación.