(Foto: Violeta Ayasta/GEC)
(Foto: Violeta Ayasta/GEC)
/ VIOLETA AYASTA
Editorial El Comercio

A pesar de los enormes sacrificios que esta crisis ha demandado de millones de familias, el Perú todavía no encuentra oportunidad real de sosiego. El jueves pasado, el Ministerio de Salud (Minsa) registró un quinto incremento consecutivo en el número diario de casos del nuevo coronavirus. Con 6.809, fue el tercer día con la mayor cantidad de casos positivos desde el inicio de la pandemia. Los dos anteriores se registraron a finales de mayo, cuando se hicieron también muchas más pruebas rápidas y moleculares que el jueves pasado. Por ello, la positividad –entendida como el ratio de casos positivos entre el número total de pruebas realizadas– se disparó a 27,6%, cuando en semanas anteriores se había mantenido por debajo de 20%. A la vez, el número de fallecimientos diarios registró su segundo día más grave y escaló nuevamente por encima de los 200, a 205 –aunque las autoridades admiten que esta cifra sería en realidad mayor–.

Estos números remiten al Perú al momento más crítico de la pandemia. Lejos de haber logrado reducir lenta pero consistentemente los casos a lo largo de las últimas semanas –como se consiguió en algunos países–, el Perú nunca pudo aplanar suficientemente la curva y hoy experimenta una marcada aceleración de contagiados y fallecidos.

Ante ello, la tentación desde algunos frentes es empujar de vuelta al país a la estricta y ciega cuarentena de meses pasados. Pero no estamos ya en abril o mayo. Durante el tiempo transcurrido, el país y el mundo han ido aprendiendo sobre el virus y los modos de contagio. Esto ha permitido que, con esfuerzo, se implementen protocolos de seguridad que reducen la exposición en lugares públicos e interacciones privadas. A su vez, el Estado ha ido ganando experiencia en el manejo de la crisis sanitaria –aunque con tropezones y errores injustificables–. Desde el lado económico, los ahorros de las familias y empresas han sufrido un duro golpe; la precariedad laboral e informalidad, que agravaron la crisis en un primer momento, se profundizaron; y el espacio fiscal para financiar nuevos bonos se ha reducido por la caída de ingresos tributarios y los gastos ya efectuados. Responder en agosto exactamente igual a como respondimos en marzo sería un despropósito y una muestra demasiado palpable de que no se aprendió nada en estos meses.

Más bien, la cuarentena focalizada que ha planteado el Ejecutivo va en la dirección correcta. Ayer, con la extensión del estado de emergencia nacional hasta el 31 de agosto, se mantuvo la cuarentena en Arequipa, Ica, Junín, Huánuco y San Martín, y también en 20 provincias de otros 10 departamentos. La focalización es adecuada para tratar distinto a lugares del territorio nacional con diferentes necesidades –algo lógico pero que a duras penas se ensayó durante los primeros meses del estado de emergencia–. Pero esto debe ser solo el comienzo.

Ante el alza de contagios, el Ejecutivo debe demostrar que ha aprendido algunas lecciones de los errores pasados. El martillazo total, sin diferencias por sectores económicos, por tipos de persona en riesgo, o por regiones del país, debe dar lugar a una estrategia más similar al uso de un bisturí. Eso requerirá también mejores políticas de distribución de recursos de salud, de testeo entre distintas poblaciones, de rastreo de casos y, en general, de herramientas más sofisticadas de las que han podido desplegarse. Cuando sea necesario, el Ejecutivo deberá también ser firme en asumir ciertas competencias de las autoridades subnacionales que no se muestren a la altura del reto.

Lamentablemente, los meses que tenemos por delante parece que no serán más fáciles que los que ya hemos dejado atrás. Demostremos que el sufrimiento, y el aprendizaje subsecuente, no han sido en vano.