El resultado de las elecciones del domingo pasado ha sido tan insólito como la campaña que desembocó en ellas.
Una sucesión de accidentes rocambolescos ha llevado a la presidencia del país a Pedro Pablo Kuczynski (PPK), un hombre dotado de muy mala pasta para candidato. El nuevo presidente quedó con una representación mínima y sin aliados significativos en un Congreso dominado por su adversaria, además de sin una organización partidaria verdadera ni cualquier tipo de presencia real en las regiones del país.
Por el otro lado, tenemos que dos revelaciones inesperadas de último momento sobre sus principales lugartenientes hicieron que perdiera la presidencia quien, para bien o para mal, representa a la primera fuerza política del país, Fuerza Popular (FP). Ahora bien, en su caso estos sucesos no pueden ser llamados propiamente “accidentes”, dado que de una forma u otra fueron protagonizados por las personas que Keiko Fujimori escogió como las dos principales autoridades de su partido: su secretario general y su jefe de campaña.
Como fuese, Keiko Fujimori salió de la elección “derrotada”, pero con la mayoría absoluta del Congreso en sus manos, además de con otro gran activo que ya tenía al comenzar la campaña: el único verdadero partido que existe en el país, con presencia y operadores reales en todas las regiones.
La situación que ha resultado de estos dos hechos parece, al menos a primera vista, muy poco prometedora. Habida cuenta de la forma como nuestro sistema constitucional divide el poder entre el Ejecutivo y el Congreso, asumiendo que la bancada de FP se va a comportar con disciplina partidaria, el resultado de nuestras elecciones hace que cualquier reforma sustancial que quiera emprender el presidente tenga que pasar por el consentimiento de la lideresa de ese partido. Y tanto ella como su partido parecen tener mucha sangre en el ojo.
Visto con un poco más de detenimiento, sin embargo, el escenario ofrece razones para la esperanza y aún para la ilusión.
Y es que, por una parte, resulta que ese mismo hombre con tan mala pasta de candidato que ha sido electo presidente tiene un perfil de gobernante difícil de superar. Tanto su currículo académico como el laboral, con una amplísima experiencia en el sector privado y en el estatal, son absolutamente inusuales para un presidente de nuestro país (y, en realidad, no tienen nada que envidiar a la de buen número de jefes de Estado del Primer Mundo). A lo que suma PPK estar en un momento de su vida que hace muy probable que las razones por las que ha buscado el cargo –y los incentivos que tendrá a la hora de ejercerlo– tengan más que ver con un auténtico deseo de servicio y con el reconocimiento de la posteridad, que con intentar conseguir tal o cual cosa para su propio futuro.
Por otra parte, ocurre que, más allá de los sentimientos que la campaña y su inesperado resultado hayan dejado en ella y su partido, Keiko Fujimori tiene una serie de importantes razones para no atar de manos, como podría hacerlo, al gobierno de PPK. Después de todo, tan claro como está el enorme poder con el que la han dotado estas elecciones, acabará estando la responsabilidad que dicho poder conlleva. Ella está en capacidad de impedir o posibilitar cualquier medida importante que se quiera tomar con el país en los próximos años y será inevitable, consiguientemente, que acabe coasumiendo frente al público las consecuencias políticas de este quinquenio, sea el caso que este mejore o empeore la vida de los peruanos.
Dicho de otra forma: los electores peruanos, unidos a nuestro sistema constitucional, han colocado a Keiko Fujimori en una situación que, si no es de cogobierno, es claramente de corresponsabilidad. Y será difícil que los mismos electores no la juzguen acorde a ello, una vez que se enfríen las pasiones electorales y lo que ocurra al país pase a importarles a los peruanos más que las propias simpatías partidarias.
Por si lo anterior fuera poco, también sucede que los puntos de coincidencia programática entre FP y PPK son muchísimos –de hecho, Elmer Cuba, el gran jale económico de la segunda vuelta de FP, bien podría haber sido el ministro de Economía de PPK–. Con lo que la lideresa de FP tendría difícil el camino de obstruir sistemáticamente las reformas que proponga PPK sin quedar por ello en el camino frente a sus propios electores como alguien a quien el poder le importa en sí y no por lo que se supone que quería hacer desde él.
Contrariamente, esta derrota le ofrece a Keijo Fujimori una oportunidad inmejorable para demostrar al país que su proyecto es efectivamente “serio”, “responsable” y que “va más allá de una elección”, como ella misma lo ha calificado en su discurso de aceptación. Inmejorable, precisamente por dolorosa: existen pocas maneras más efectivas para convencer a los demás de que nuestras prioridades son las que decimos que cuando nos ven sacrificar cosas por ellas. Es debido a esto que Keiko Fujimori podría muy bien convertir esta crisis en una oportunidad para el 2021.
Naturalmente, como bien lo ha puesto de relieve Luis Bedoya, el que el fujimorismo no se decidiese por la obstrucción, no implicaría que tuviese que dejar la oposición –ni la fiscalización–. Del mismo modo como el reconocer a FP como la primera fuerza política nacional (lo que sin duda es por voluntad de los 8 millones y medio de peruanos que lo apoyan) no implica dejarlo de cuestionar e investigar cuando, como en los casos de Ramírez y Chlimper, dé buenos motivos para ello.
De lo que se trata es que los dos partidos que en estas elecciones han sido colocados a la cabeza de los dos poderes elegidos del Estado Peruano pongan por delante al país por encima de cualquier otra división, como hacen los estadistas. En España y en Chile, en su momento, lograron este tipo de acuerdos partidos que tenían diferencias, desconfianzas y rencores aun más grandes y más antiguos –incluyendo también a movimientos con pasados dictatoriales– y ambos países cosechan hasta hoy enormemente de ello.