Esta semana, el líder ruso Vladimir Putin ordenó una invasión contra Ucrania. (Foto: Reuters).
Esta semana, el líder ruso Vladimir Putin ordenó una invasión contra Ucrania. (Foto: Reuters).
/ SPUTNIK
Editorial El Comercio

Justo cuando el mundo empezaba a ver la luz al final del túnel tras una pandemia que ha matado a millones, las ambiciones expansionistas de un tirano, , enchapado al estilo de sus predecesores soviéticos, lo vuelven a sumir en la oscuridad. Lo que empezó en noviembre pasado con la constatación de que la presencia de tropas rusas en la frontera con había aumentado, y con la denuncia desde Kiev de que alrededor de 100.000 soldados habían llegado a sus bordes con tanques y otros pertrechos, desembocó el jueves en lo que todos sabían que pasaría: Putin desplegó y contrario al derecho internacional contra su vecino.

La invasión, sobre la que Estados Unidos había advertido desde los últimos meses del 2021, ha supuesto la condena generalizada y enfática de la gran mayoría de países democráticos del mundo. Pero el riesgo de que se desate un conflicto aún mayor, con el uso de armas nucleares, ha limitado la respuesta de las potencias mundiales a severas sanciones económicas. El jueves, el presidente ucraniano, , confirmó que las fuerzas militares de su país defenderán su territorio y que no se rendirán. Asimismo, anunció que los muertos ya superan la centena, tras los bombardeos que han azotado el país por todos sus flancos y el ingreso del ejército ruso. Millones siguen tratando de abandonar Ucrania, incluidos muchos compatriotas.

Con esto, Vladimir Putin vuelve a levantar el viejo telón de acero y reanuda las aspiraciones expansionistas de la Unión Soviética (URSS), concepto que, como ha quedado claro, añora y busca restablecer. Al mismo tiempo, lo que viene ocurriendo dinamita el anhelo que el colapso de la URSS había permitido, aquel en el que las naciones antaño oprimidas por la tiranía comunista que empezó Vladimir Lenin y que terminó Mijaíl Gorbachov podrían elegir su propio destino. Que el tabú de ocupar territorios soberanos y democráticos se haya evaporado con el ataque a Ucrania, en fin, hace que los temores de nuevas acciones expansionistas tengan mayor asidero.

En especial porque las acciones del Kremlin corresponden a un manual conocido, que demanda la construcción de una narrativa mentirosa impulsada a través de un aparato propagandístico que solo puede prosperar en autocracias (o en un simulacro de democracia) como la rusa, donde la oposición al régimen es sistemáticamente aplastada y la prensa independiente es una quimera.

Así, Putin ha alegado, por un lado, que los ataques tienen un fin “pacificador” y “libertador”, con el objetivo de enfrentar a los neonazis en Ucrania. Un discurso que su administración sostiene desde la caída del presidente prorruso Víktor Yanukóvich luego de una oleada de manifestaciones ciudadanas en el 2014, pero que nada tiene que ver con la realidad de un gobierno –el de Zelenski, un otrora actor y comediante– que no está asociado con las minorías extremistas y que es la consecuencia de procesos democráticos.

Por otro lado, el sátrapa ruso también ha alegado que sus acciones son consecuencia de las provocaciones de Occidente y, en particular, de la OTAN. Según el Kremlin, las intenciones expansionistas de esta alianza amenazan la seguridad de Rusia, especialmente si Ucrania se hace miembro. Pero las aspiraciones de este ente de incorporar a Ucrania llevan años sin haberse podido materializar. Además, a diferencia de lo que hacía la URSS, los miembros de la OTAN eligen poder aspirar a ser parte de ella y muchos de los países que la componen lo hacen precisamente para evitar que se repitan atentados contra su soberanía como los propiciados por las fuerzas soviéticas en el siglo pasado.

En todo caso, el panorama es sombrío. La guerra de Putin promete enlutar a miles de familias y propiciar (como está pasando) el éxodo de millares de ucranianos que buscarán refugio en otros países, una circunstancia con la que las naciones amantes de la paz y la democracia deben ser solidarios. Ello debería incluir a nuestro país, que tiene la obligación de mantenerse firme en la condena de esta agresión.