El embajador Arturo McFields (a la izquierda) denunció ante la OEA el carácter dictatorial del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua el pasado 22 de marzo. (Foto: Captura de YouTube/Cesar Pérez-AFP).
El embajador Arturo McFields (a la izquierda) denunció ante la OEA el carácter dictatorial del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua el pasado 22 de marzo. (Foto: Captura de YouTube/Cesar Pérez-AFP).
Editorial El Comercio

Ningún dictador puede gobernar solo. Todos necesitan de un equipo cuyas lealtades están fijadas en base al chantaje, la consanguinidad, el miedo o las prebendas, por lo que resulta muy difícil romperlas. Así, los tiranos suelen difundir entre sus secuaces la idea de que el costo de abandonar el régimen es mucho mayor que el de quedarse adentro, por más horrores que les toque ver.

Por ello, escuchar el testimonio sobre las tropelías de una dictadura desde adentro es algo extremadamente inusual. Requiere de una dosis de valentía que muy pocos pueden llegar a reunir, pues hacerlo implica no solo perder el puesto y los privilegios, sino también poner en riesgo la libertad y la vida, tanto la propia como la de familiares y amigos cercanos.

, un periodista que hasta hace algunos años le hacía entrevistas serviles en televisión a y –la pareja que viene desangrando desde hace 15 años–, fue nombrado por la dictadura sandinista como embajador del país centroamericano en la OEA el pasado 27 de octubre. En ese mismo foro, dos días atrás, McFields hizo lo impensado: acusó gravemente al régimen de sus patrones en una intervención que pasará a la historia.

“Tomo la palabra el día de hoy en nombre de más de 177 presos políticos y más de 350 personas que han perdido la vida en mi país desde el 2018, en nombre de los miles de servidores públicos de todos los niveles, civiles y militares, que hoy son obligados por el régimen a fingir y a llenar plazas y repetir consignas porque, si no lo hacen, pierden su empleo”, empezó su alocución el diplomático, quien afirmó que decidía “denunciar la dictadura de mi país” porque “seguir guardando silencio y defender lo indefendible es imposible”.

Dentro de las acusaciones gravísimas que hizo McFields, está aquella que demuestra que la dictadura de Ortega ha perdido cualquier vestigio de empatía y que se niega a liberar a aquellos presos políticos cuya reclusión, ya sea por su frágil estado de salud o por su avanzada edad, pone en peligro sus vidas. “En el Gobierno nadie escucha”, lamentó el embajador.

Sus imputaciones no resultan exageradas. En febrero, por ejemplo, falleció , que a sus 73 años y con una salud resquebrajada se encontraba detenido por el régimen desde junio pasado. Torres, curiosamente, fue uno de los guerrilleros sandinistas que luchó contra la dictadura de y que llegó a arriesgar la vida en 1974 para liberar a su entonces compañero de lucha Daniel Ortega.

Además, contó McFields, desde el 2018 en Nicaragua “no hay periódicos impresos”, “no hay libertad de publicar un simple tuit”, “no hay organismos de derechos humanos”, “no hay partidos políticos”, “no existe separación de poderes”, “se han cancelado 137 ONG” y “170.000 nicaragüenses han huido del país”. Un retrato de un país destrozado por sus autoridades y bastante exacto a decir verdad del que los medios de prensa, los opositores y los exiliados han venido reportando en los últimos cuatro años.

Solo esta semana, recordemos, el régimen sandinista volvió a enseñar su entraña al sentenciar a ocho años de prisión –a través de un proceso armado– a la opositora , que había sido ilegalmente detenida a mediados del año pasado por la única razón de representar, según las encuestas del momento, la principal candidatura de oposición que buscaba competir contra Ortega en las elecciones de noviembre pasado en las que este finalmente logró su tercera reelección consecutiva. Con ella, ya son siete los precandidatos presidenciales de los comicios del 2021 que han sido condenados por la justicia de la tiranía.

Todo lo reseñado por McFields, como mencionamos antes, ya se conocía. Aun así, su valiente acusación puede servir para sacudir y sacar de su aletargamiento a los líderes de América Latina, y particularmente a los de nuestro país, para que su testimonio no termine, como el de tantos otros antes que él, silenciado bajo las ruedas de un régimen conducido por una gavilla de delincuentes.