La interpelación y posterior moción de censura en contra del ministro Jaime Saavedra se llevan a cabo, paradójicamente, en un contexto de especial satisfacción para la cartera que dirige el ex Banco Mundial. Quizá con algo de mal tino para sus intereses, Fuerza Popular agendó el debate del pliego interpelatorio apenas un día después de que se conocieran los buenos resultados del Perú en la prueba PISA.
Como se sabe –o sabe la mayoría con excepción de algunos congresistas–, la prueba internacional PISA consiste en un examen a estudiantes de 15 años que se toma trienalmente en aproximadamente 70 países y cuyos resultados son difundidos por la OCDE en todo el mundo el mismo día. Difícilmente, pues, un psicosocial para ayudar al ministro, como señaló el congresista Luis Galarreta durante la interpelación.
Pero hay cuestionamientos un tanto más serios respecto a los resultados de la prueba PISA –y lo que estos significan– en los que sí vale la pena detenerse. La primera línea de críticas va en función a lo rezagados que siguen los estudiantes peruanos con respecto a sus pares. Dada la cantidad de recursos que se han invertido, dicen algunos, los resultados deberían ser mucho mejores.
Más allá de que las reformas educativas tardan varios años en rendir frutos, es verdad que el presupuesto del sector se ha incrementado sustancialmente. Entre el 2013, año en que asumió la cartera el señor Saavedra, y el 2016, la partida para educación pasó de S/16,8 mil millones a S/24,9 mil millones. Una mejora de casi 50% en apenas tres años. Sin embargo, el Perú, con algo más de US$1.000 por estudiante por año, sigue siendo el país que menos gasta en educación en la Alianza del Pacífico. Chile, por ejemplo, invierte aproximadamente US$2.500 por estudiante por año. Es sumamente complicado hacer mucho más con –aún– tan pocos recursos.
Otra línea de cuestionamientos se muestra escéptica con la dimensión de la mejoría peruana en PISA. Que las ganancias son pocas y que no se le ha ganado a ningún país que haya participado en pruebas anteriores, dicen. Esto último ni es del todo cierto (en diversas categorías, el Perú superó a Túnez, Macedonia, Indonesia, Brasil y Jordania, países que sí participaron antes), ni es medular.
Lo importante es que, como escribió en una columna publicada en este Diario Andreas Schleicher, director de la Unidad de Coordinación del Programa PISA de la OCDE, el Perú tiene “el sistema educativo con el cuarto mayor crecimiento entre los 69 países evaluados en esta prueba y el crecimiento más rápido en Latinoamérica en las tres áreas”.
Finalmente, algunos especialistas en educación argumentan que PISA no mide las competencias esenciales para el éxito personal y profesional en el siglo XXI. Que en la medida en que la prueba no toma en cuenta aspectos como inteligencia emocional, adaptabilidad, liderazgo, empatía y ciudadanía, sus resultados son un pobre indicador de la calidad educativa.
Es cierto que PISA no es un examen que evalúe todos los aspectos importantes de la formación estudiantil, pero esa nunca fue su intención. Lo mismo puede ser dicho de la Evaluación Censal de Estudiantes (ECE), que recoge el Ministerio de Educación cada año sobre comprensión lectora y matemáticas. No es necesario desconocer que la formación de los alumnos debe ser holística para reconocer la importancia de que los alumnos puedan entender lo que leen.
Usada en su justa medida, PISA resulta una herramienta sumamente valiosa de políticas públicas y sus resultados apuntan a que el Perú va por buen camino a pesar de todo. Ojalá tuviésemos más psicosociales así.