Cuando la coyuntura aparece más complicada y la necesidad de liderazgo apremia –y vaya que los últimos meses han tenido episodios difíciles–, desde Palacio de Gobierno solo emana silencio. Paradójicamente, a pesar del aparente esfuerzo por romper el mutismo, las tres entrevistas recientes del presidente Pedro Castillo en tal recinto parecieran haber sumido al país en una mayor confusión sobre la visión del Ejecutivo.
El presidente evita sistemática y, a veces, descaradamente pronunciarse y sentar posición sobre prácticamente cualquier asunto que pueda causar controversia o requiera algún manejo concreto de políticas públicas. Preguntas sobre la salida al mar para Bolivia, la calificación de los regímenes que gobiernan Cuba, Nicaragua y Venezuela, los cambios precisos que requeriría la actual Constitución, entre otros temas, reciben tan solo evasivas de parte de quien debiera dirigir con solvencia la visión política de gobierno.
El episodio más reciente ha tomado lugar a propósito de la confrontación entre el comandante general de la policía, Javier Gallardo, y el hasta ahora ministro del Interior, Avelino Guillén. Este último presentó el viernes su carta de renuncia ante la falta de apoyo del mandatario en materias delicadas para la labor de la policía como los ascensos, pases al retiro y desactivación de unidades especializadas. Fiel a su estilo, a la fecha el presidente tampoco pareciera haber tomado una decisión final sobre la carta de Guillén que pesa en su despacho. Peor aun, según reveló el propio Guillén en entrevista con “Epicentro TV”, desde el viernes ni el presidente ni nadie de su entorno le han dado una respuesta sobre su renuncia. Solo ha recibido mensajes “por WhatsApp” del secretario de Palacio, Carlos Jaico, solicitándole una reunión pero sin precisarle el motivo de la cita.
No es la primera vez que el presidente evita tomar decisiones difíciles y públicas que involucran a sus ministros, o siquiera pronunciarse sobre ellas cuando el asunto es inevitable. Sucedió también con el ministro de Defensa, Walter Ayala, tras el escándalo en el proceso de ascensos de las FF.AA., con el ministro del Interior, Luis Barranzuela, quien organizó una fiesta en su domicilio contraria a las disposiciones de su propio ministerio, con el presidente del Consejo de Ministros, Guido Bellido, artífice de más incendios que de soluciones durante su corta gestión, y con varios más. Y el vergonzoso silencio sobre los contundentes indicios de corrupción de su propio secretario general de Palacio de Gobierno, Bruno Pacheco, merecen una mención aparte.
La regularidad de este trance, sin embargo, no implica que el presidente sea un actor neutral cotidiano. Como mencionamos ayer en estas páginas, al ponerse de perfil cuando se necesita liderazgo, el mandatario implícitamente está optando por una alternativa, y esta elección –curiosamente– suele ser la que favorece a los intereses más oscuros de distintos sectores de la sociedad, sean estos ligados a policías, maestros o transportistas.
En el caso del ministro Guillén, el cuestionamiento alcanza también a la jefa del Gabinete, Mirtha Vásquez, quien si bien ya había elegido por la opacidad con su penoso papel en el caso de las visitas a la casa de Breña (ofreciéndoles a los ciudadanos una lista que nunca existió), ahora, al no mostrar un respaldo claro a su ministro, se pondría, al igual que el jefe del Estado, en el lado de un general salpicado por las sombras.
El presidente Castillo dijo en su entrevista con la cadena CNN que él no había sido preparado para el cargo y que estaba en proceso de aprendizaje. Con seis meses en el puesto, ¿qué ha aprendido realmente el mandatario? Sus elecciones son tan desafortunadas como al inicio de su administración. Sus silencios, igual de consistentes y lamentables. Sin embargo, por más que su victimización, mutismo y sequedad quieran ocultarlo, es innegable hacia dónde apuntan los tiros.
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