Editorial El Comercio

Desde hoy hasta el 6 de agosto, se llevará a cabo la vigésima octava edición de la en el parque de Jesús María. El nombre del recinto escogido no podría ser más apropiado, dada el evento este año: la conmemoración de los 200 años de las batallas de Junín y Ayacucho que, como sabemos, sellaron nuestro destino como nación independiente.

Así, en las próximas tres semanas, la feria albergará más de 800 actividades y recibirá a más de 50 invitados internacionales como el irlandés John Boyne, los argentinos Patricio Pron y , las españolas María Martínez e Inma Rubiales, entre otros. Asimismo, acogerá un homenaje a la poeta peruana Rossella Di Paolo y contará con la presencia de una importante delegación de escritores nacionales, entre los que destacan , , , y muchos más.

Como no podía ser de otra manera, este Diario participará también en la FIL con sus ya conocidos donde una multiplicidad de especialistas discutirán temas tan interesantes como coyunturales: desde la desinformación hasta la polarización política, y desde los desafíos de la inteligencia artificial hasta los Juegos Olímpicos de París.

Más allá de los conversatorios y las mesas redondas que acoja, sin embargo, el corazón de este tipo de eventos sigue siendo el mismo: el libro. Y su misión, una tan necesaria como postergada en nuestro país: la de acercar aquellos asombrosos artefactos a las personas.

Esta reflexión no es insignificante, pues casi siempre solemos recitar que los peruanos no leen, pero muy pocas veces nos preguntamos por los esfuerzos que se hacen para facilitar que un libro llegue a sus manos. Por un lado, según la Encuesta Nacional de Lectura del 2022, el 47,3% de los peruanos alfabetizados de entre 18 y 64 años afirmó que había leído un libro (no un periódico ni una revista; un libro) en los 12 meses previos a la consulta. Y cifras que la Unidad de Periodismo de Datos de El Comercio (ECData) publicará en los próximos días muestran que el Perú se encuentra prácticamente a mitad de tabla en un estudio realizado entre 102 países para medir cuánto leen sus poblaciones (con 5,35 libros anuales) y que el año pasado se alcanzó en nuestro país la cifra más alta desde el 2020 tanto de libros publicados como vendidos.

Aunque nuestras estadísticas ciertamente están lejos de las de los países desarrollados (en España, por mencionar un caso, se lee el doble de libros al año que aquí), parece haber cierto interés en la lectura que quizá no estamos sabiendo facilitar. Si hablamos de librerías, por ejemplo, hay muy pocas en todo el país y la gran mayoría de ellas se concentra en la capital. Quien haya visitado algunas regiones alejadas de las grandes ciudades sabe que encontrar una librería en aquellos lugares puede resultar una tarea tan extenuante como descorazonadora. Y si hablamos de bibliotecas abiertas al público, el panorama es aún peor, con muchos de estos locales –de los pocos que hay– en situación deplorable, con fondos flacos y catálogos aún más famélicos.

Precisamente por ello las ferias del libro resultan tan necesarias, porque tejen esos puentes entre libros y potenciales lectores que en nuestro país hacen tanta falta. Para nuestra niñez, además, estos eventos pueden ayudar a acercarlos a la lectura desde muy temprano, ampliando sus posibilidades de que sus mentes sean mucho más ricas.

No deja de ser simbólico, en ese sentido, que la FIL de este año gire en torno a la independencia, pues, en última instancia, los libros existen precisamente para emancipar nuestras mentes. Después de todo, como bien diría , sin ellos seríamos “más conformistas, menos inquietos e insumisos”. O, para ponerlo en palabras de otro escritor, el francés Michel Houellebecq, “vivir sin leer es peligroso, porque nos obliga a conformarnos con la vida”.

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