El domingo por la noche, el presidente Martín Vizcarra apareció en una entrevista televisiva con el aparente afán de dar respuesta a las interrogantes que habían levantado, dos días antes, las detenciones preliminares de algunos de sus excolaboradores más cercanos en el contexto de las investigaciones que lleva adelante el Ministerio Público sobre los contratos con el Estado que beneficiaron tiempo atrás al cantante y productor Richard Cisneros, también conocido como Richard Swing. Como en otras ocasiones, no obstante, el mandatario dejó sin despejar una serie de incógnitas –como la cantidad de visitas que Cisneros le hizo en Palacio y las razones de ellas– y prefirió jugar el papel de víctima de todo el vendaval político que las mentadas contrataciones han desatado.
Acudió, una vez más, a la aprobación de leyes como las de octógonos o los medicamentos genéricos como presunta causa de una ofensiva que estarían llevando adelante contra él sus opositores y algunos medios. Y lanzó observaciones que pretendían ser apodícticas sobre materias que, en realidad, están por definirse.
Aseveró, por ejemplo, que no existió ilegalidad en los contratos de Cisneros (un criterio que la contraloría no comparte) y que ninguno de los detenidos “va a tener responsabilidad” (lo que no pasa de ser una especulación sobre el desenlace de unas investigaciones en proceso).
En medio de la incomodidad que le genera, sin embargo, el presidente Vizcarra parecería haber descubierto en el “affaire Swing” una forma de evitar el desarrollo de otros temas de primera importancia en los que su gestión gubernamental está lejos de ser satisfactoria. Fundamentalmente, cuestiones relacionadas con la pandemia y las consecuencias que ella ha acarreado en terrenos que exceden el de la salud, como el de la economía o la educación.
En la misma entrevista a la que aludimos, por citar casos cercanos, el mandatario aventuró pronósticos para el próximo año sobre situaciones todavía bastante inciertas, dándolas por hechas. Indicó, por un lado, que para entonces la vacuna contra el COVID-19 estaría lista y, por otro, que las clases escolares podrían iniciarse: dos escenarios deseables y posibles para el 2021, pero que a estas alturas nadie puede garantizar… Pero como se trató de anuncios que deslizó casi al pasar mientras elaboraba su discurso defensivo sobre el “affaire Swing”, nadie se tomó la molestia de pedirle precisiones al respecto. Y circunstancias como esa, que hacen perder el foco en torno a los riesgos y estragos de la pandemia, se producen últimamente con frecuencia.
No se trata de sugerir aquí, desde luego, que el presidente omita las explicaciones que todavía debe sobre las contrataciones de Cisneros y algunos otros personajes (como los cuatro amigos con los que solía jugar tenis y que tuvieron la buena fortuna de conseguir puestos o contratos con el Estado durante su mandato), sino de llamar la atención sobre todo aquello que está siendo dejado de lado por la atención política que concita este asunto. Se trata, además, de materias en las que, como decíamos antes, el Ejecutivo no las tiene todas consigo y respecto de las cuales no es tan fácil desembarazarse jugando el rol de víctima.
Se diría, pues, que por azar o deliberadamente, el presidente Vizcarra ha descubierto en la controversia sobre los contratos de Swing un problema útil. Es decir, uno que, al acaparar tanto interés de parte de los medios y la ciudadanía, le permite pasar muy superficialmente sobre otros.
No conviene olvidar por eso que, más temprano que tarde, será finalmente la justicia la que se hará cargo de ver si hubo algo irregular en ese intríngulis. Y que, por lo tanto, lo razonable es no perder de vista lo que resulta fundamental atender hoy: la evolución de la pandemia, las nuevas amenazas ante las que nos ubica, las medidas económicas efectistas que pueden terminar trayendo más inconvenientes que los que ya enfrentamos en ese terreno.
En esta página, por lo pronto, ofrecemos insistir con volver a colocar el acento en lo primordial.
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