Manuel Antonio Vela, José Martín Arequipeño, Sebastián Zevallos Sanguineti, Diego Arroyo Elías y Andrés Fassardi San Sebastián son acusados del delito de violación sexual (PNP)
Manuel Antonio Vela, José Martín Arequipeño, Sebastián Zevallos Sanguineti, Diego Arroyo Elías y Andrés Fassardi San Sebastián son acusados del delito de violación sexual (PNP)
Editorial El Comercio

“Y hay otra cosa que también se tiene que observar. Es la otra parte. Hay que investigar, y eso lo van a decir las… las… diligencias que se tengan que practicar, que la señorita es… eventualmente, una persona que… eh… digamos [breve pausa] que… que le gustaba la… la vida social, ¿no? No podría decir más”. Estas palabras –que, con toda seguridad, pasarán a incorporarse en ese glosario de frases ignominiosas que los peruanos hemos tenido que escuchar pasmados en los últimos años– fueron pronunciadas esta semana, entre titubeos, por el señor Paul Muñoz, abogado de uno de los cinco jóvenes acusados de violar a una chica de 21 años en la madrugada del pasado domingo, en Surco.

Retrucado por los medios de prensa presentes en el lugar sobre si estaba dando a entender que debíamos tomar aquello como un atenuante, el letrado terminó ya por revelarse completamente: “No, no… por eso le digo, lo estoy diciendo de una forma eufemística”. Eufemística. Esto es, usando palabras edulcoradas, pero inexactas, para evitar decir lo que genuinamente quería decir: que se debía tomar en cuenta que a la víctima le gustaba ir de fiesta, salir a divertirse, juntarse con amigos. En síntesis, una reedición del ya conocido –y, por cierto, miserable– “ella se lo buscó”.

La Dirección de Ética Profesional del Colegio de Abogados de Lima, según ha dado a conocer la decana de la entidad, María Elena Portocarrero, ha iniciado un proceso interno contra el señor Muñoz (que, en última instancia, podría terminar revocándole la licencia para ejercer la abogacía). Pero es evidente que este cortafuegos no apaga el problema de fondo: que en el 2020, en el Perú, todavía se sigue rebuscando entre las características de la víctima alguna cuota de responsabilidad por un delito (hoy es una violación, como ayer fue un feminicidio) cuya culpabilidad solo debería recaer en los que cometieron el crimen, los que lo atestiguaron pero no hicieron nada por evitarlo y, de ser el caso, las autoridades que tantas veces han terminado por cubrir estas y otras abyecciones con una lápida de impunidad.

Por supuesto, la noticia de una violación en manada –sea aquí, en Argentina, España o la India– es por demás execrable… tan execrable como la retahíla de comentarios que se ha venido escuchando desde hace días y que, al estilo del señor Muñoz, trata de poner el énfasis en la agraviada. Tampoco faltan, y hay que sacarlos a flote para demostrar lo endeble de su ‘argumento’, los que han remarcado que la víctima y los procesados se encontraban reunidos en pleno toque de queda; como si trataran de decirnos que el hecho de transgredir una normativa es razón suficiente para ser objeto de todo tipo de atrocidades, o como si quisieran subrayar aspectos secundarios buscando así ‘aguar’ o diluir la vileza del hecho principal. El discurso, por si no lo han notado ya, apunta siempre a lo mismo: restarle responsabilidad al victimario para transferirla a todo aquello que se les ocurra, como la conducta de la víctima, la forma en la que iba vestida, el ambiente alocado de una fiesta, etc. Un discurso –vaya ironía– donde los eufemismos se escurren por todos lados.

La realidad, sin embargo, es que nada justifica, atenúa o matiza una violación. Pero nunca vamos a atacar el problema de fondo si nos seguimos resistiendo a aceptar lo anterior. ¿Qué estamos haciendo, por ejemplo, para cambiar esa realidad que nos dice que, según cifras del INPE de agosto (las últimas publicadas), el segundo delito más frecuente entre la población penitenciaria en nuestro país es el de violencia sexual contra menores de edad?

Va siendo hora –aunque lleguemos muy tarde– de que asumamos como sociedad, y de una buena vez, que ninguna mujer debe sufrir el doble maltrato de escuchar que pudo haber propiciado su violación por irse de fiesta.