No se alcanza el progreso cuando el sentimiento que nos anima contra las industrias no es sino una máscara que disfraza la más ruin de las pasiones, la envidia. Decía Francisco García Calderón: “Que no sea la envidia el principio disolvente de nuestra vida, que esa fatal herencia de raza se aniquile en el círculo de un infierno dantesco. Yo veo en ese estigma un signo de estancamiento y decadencia. Es el temor a la vida, es el culto al bienestar perezoso, es el personalismo exclusivo y débil, es la suprema flaqueza de un sentimiento empobrecido”.
H.L.M.