En su habitual columna, Juan Carlos Tafur ha abordado el rol que tiene la oposición en el actual bucle político (Sudaca, 18/10/2023), un tema que suele pasarse por alto, centrado como está el debate en la responsabilidad que le compete al Ejecutivo.
La pregunta sobre el particular se cae de madura: ¿hay oposición? Tafur considera que la oposición tiene una “gran responsabilidad en el estado de parálisis social y política en el que se halla el país”. Pero es difícil identificar, por ejemplo, a una o varias bancadas de oposición.
De hecho, el propio Tafur considera que “hoy la oposición se reduce a la izquierda venal que apapachó a Pedro Castillo y que solo sabe producir eslóganes efectistas, pero inconducentes”. Puede estar en lo cierto.
Pero en esta mecedora que es la política peruana actual, se ha roto una dinámica que suele caracterizar a las democracias: el regular enfrentamiento entre oficialismo y oposición. Sin una clara oposición, tampoco se tiene en claro cuál es el oficialismo.
Para un Ejecutivo que carece de bancada, se hace difícil atribuirle voceros políticos. La vocería oficial, ejercida por el jefe del Gabinete Ministerial y los ministros, frecuentemente opta por enfrentarse a la gestión previa liderada por Pedro Castillo. Pero el recurso, a veces, resulta impostado, sobre todo considerando que la viajera presidenta Dina Boluarte fue ministra de ese gobierno por casi la totalidad del breve mandato.
El rol de la oposición no es poca cosa. De hecho, los tres primeros gobiernos elegidos en este milenio fueron dirigidos por quienes lideraron la oposición: Alejandro Toledo en el 2001, luego de liderar accidentalmente la oposición a Alberto Fujimori en el 2000; Alan García en el 2006, tras convertirse en el principal escollo que tenía Toledo; y Ollanta Humala en el 2011, el principal dolor de cabeza de García.
Este patrón se rompió en el 2016, cuando Keiko Fujimori –finalista en la elección del 2011 y con un enorme despliegue en el lustro 2011-2016, lo que la llevó a conseguir una impresionante mayoría parlamentaria– no pudo superar a PPK.
Por lo demás, la oposición de Fujimori a Humala podría haber resultado algo incómoda, si se considera que más temprano que tarde Humala moderó su “gran transformación” y dio varios pasos que su opositora hubiera dado, sobre todo en materia económica. De hecho, alguna vez un fujimorista de entonces confesó en privado que era difícil plantear oposición si el presidente estaba haciendo las cosas que ellos hubieran hecho.
Si se fuerza la figura, hasta Pedro Castillo tuvo algo de rol opositor al dirigir la principal huelga que enfrentó PPK en el 2017. En cambio, –y a pesar de su intransigencia en el frente parlamentario– en algún momento, la oposición fujimorista a PPK y hasta a Vizcarra se convirtió en cierto soporte para la sensatez, al menos económica.
Hoy, en cambio, la oposición casi brilla por su ausencia. Gran parte de los que ejercieron el rol opositor a Castillo hoy conforman el liderazgo congresal, aunque se resisten a verse como oficialistas. Quizá, como dice Tafur, la oposición se limite a la izquierda. Pero ese sector político puede quedarse corto si se considera la altísima desaprobación que tiene el oficialismo.
Todo parece indicar que la actual dinámica se prolongará hasta julio del 2026: un pacto tácito de no incomodar (“generar gobernabilidad”, dizque). Esta circunstancia puede estar generando fuera de la formalidad política un clima que favorezca la aparición de algún actor aún más tóxico que Castillo, aunque de distinto signo. Si a ello se agregan los serios pasivos económicos y sociales que la inacción genera, el panorama es aún más preocupante.