“Leyéndolo, uno pensaría que el Perú se ha mudado a otro continente”.
“Leyéndolo, uno pensaría que el Perú se ha mudado a otro continente”.
Iván Alonso

La Universidad de Salamanca acaba de publicar por un grupo de profesores universitarios de distintos países sobre las políticas que se necesitan para superar el trauma económico causado por la pandemia y orientar a las economías latinoamericanas hacia un crecimiento “más competitivo, incluyente y con patrones de inversión y consumo más sostenibles”. El pronunciamiento aspira a que su “nueva visión” sea ampliamente compartida. De ahí el nombre de Consenso Latinoamericano 2020, una obvia referencia al , el rumbo que supuestamente hay que enmendar.

El pronunciamiento parte de la premisa de que el Consenso de Washington, aquel conjunto de políticas de liberalización y privatización que se puso en boga en la última década del siglo XX, no generó mayor crecimiento en los países de , sino más bien una pérdida de competitividad, una desindustrialización prematura y un problema recurrente de balanza comercial. Leyéndolo, uno pensaría que el Perú se ha mudado a otro continente, pues entre 1994 y el 2019 el crecimiento económico se aceleró a un promedio anual de 4,5% (comparado con 1,9% en los 25 años anteriores), la industria manufacturera creció 3,4% al año (contra 1,8%) y la balanza comercial estuvo en superávit 16 años (acumulando, entre sumas y restas, 67.000 millones de dólares).

Tampoco encajan con nuestra historia económica el aserto de que el crecimiento económico en la primera década de este siglo se debió al auge de los precios de las materias primas entre los años 2004 y 2014 ni aquel otro según el cual, terminado ese auge, la reducción de la pobreza se estancó. La verdad es que la economía peruana comenzó a crecer aceleradamente a fines del 2001, dos años antes de comenzar el “boom” de los precios de los minerales; y si bien el crecimiento se desaceleró del 2014 en adelante, las tasas de pobreza y pobreza extrema continuaron reduciéndose hasta el año pasado.

Pues bien, ¿qué propone el Consenso Latinoamericano 2020 para apartarnos, a nuestro propio riesgo, de esa senda? Algunas ideas son inobjetables, como elevar la calidad y la cobertura de la educación o mejorar la infraestructura de salud (aún más, diríamos, de lo que ha mejorado en el último cuarto de siglo). Tampoco serán muy polémicas otras, como “promover” y “fomentar” la diversificación productiva, la inclusión financiera o la investigación y el desarrollo, aunque en esta columna somos escépticos sobre la contribución al bienestar nacional de cualquier fomento o promoción basado en incentivos tributarios y otros tipos de intervención estatal.

Pero lo más preocupante del Consenso Latinoamericano 2020 es que relativiza la importancia de la disciplina fiscal. Su primer punto de agenda propone armonizar “el necesario equilibrio fiscal y el crecimiento del PBI y el empleo”. Este tipo de lenguaje sugiere por dónde es que se va a romper la armonía. ¿Para qué remarcar, en efecto, que el equilibrio fiscal es necesario? Se nos hace difícil imaginar que alguien alzará la voz para decir que ya hicimos suficiente por el PBI y el empleo y es hora de preocuparnos por la estabilidad fiscal. Y si lo hiciera, seguramente la respuesta sería que “el déficit es un mito”, a la manera de los partidarios de la “teoría monetaria moderna”, que minimizan el peligro de la inflación.