Empiezo esta columna el domingo en la mañana con la certeza de que Pedro Castillo pasará a la segunda vuelta. Las tendencias de los simulacros realizados la semana pasada lo pronosticaban, y la encuesta a boca de urna de Ipsos lo confirma.
Mientras salen los resultados del conteo rápido de la ONPE y con el segundo lugar aún en disputa –al parecer, entre Hernando De Soto, Keiko Fujimori, Yonhy Lescano y Rafael López Aliaga–, la presencia de Castillo en el balotaje parece segura. Este dato me provoca dos reflexiones rápidas. La primera tiene que ver con la miopía política.
Castillo no apareció “de la nada”, ni en las encuestas ni en la vida política. Hace tiempo que había salido del rubro de “Otros”. En febrero ya aparecía con 4.7% en Ipsos, una cifra expectante considerando que ninguno de los “punteros” lograba mantenerse por encima del 10%. Hacia el último simulacro de marzo ya estaba en 7.9%. Y durante abril sí escaló raudamente hasta llegar al 14.8% el último sábado, una trepada vertiginosa pero no insólita si repasamos las subidas de Jorge Muñoz en los últimos comicios municipales y Alberto Fujimori en las presidenciales de 1990. Recordemos, además, que más del 30% de electores decide definitivamente su voto durante la semana previa al sufragio.
Por otro lado, Castillo ya había “debutado” en la arena política nacional en el 2017 (antes había postulado a alcalde distrital con Perú Posible de Toledo), cuando encabezó la huelga de docentes más prolongada y nociva para nuestro sistema educativo en tiempos recientes, al privar de clases a los escolares por 75 días. Los dotes histriónicos de Castillo se hicieron evidentes no solo con ese fingido desmayo en la avenida Abancay, que Neymar y el “churre” Hinostroza envidiarían, sino también con su terca negativa a deponer el paro pese a las concesiones del Gobierno. La insensata prolongación de la medida de fuerza y la búsqueda pertinaz de la anulación de las evaluaciones docentes hacían presagiar entonces que los afanes de este personaje trascenderían a los de una reivindicación gremial… y cuatro años después lo confirmamos.
La segunda observación de los resultados preliminares tiene que ver con la ceguera voluntaria.
Ya sabíamos que la absurda prohibición de la divulgación de encuestas en la semana anterior a las elecciones provoca ‘fake news’ y discriminación en el acceso a la información. Solo unos cuantos conocen las encuestas verdaderas, y muchos aprovechan el mutismo para difundir sondeos falsos y manipulados. Pero un nuevo efecto secundario, recién descubierto, parece ser la invidencia autoinfligida.
He leído a cientos de personas que sí revisaron los simulacros previos (coloquialmente llamados “menús”) pero “no creían” en ellos. Como si la estadística y el resultado de 2 + 2 dependiera de la fe que uno profesa. No me sorprenden los políticos interesados que suelen pregonar que “la verdadera encuesta está en la calle”, pero sí desmoraliza contemplar la misma necedad en personas de ciencia y en profesionales de la salud, por mencionar algunos ejemplos. En personas que, día a día, tienen que convencer que las vacunas sí funcionan y la ivermectina no, pero que se convierten en conspiranoicos terraplanistas cuando los números de intención electoral les muestran una fotografía que les desagrada.
Si el domingo fue la “fiesta de la democracia”, el lunes será de resignación. Día en el que los miopes y ciegos políticos enfrentarán la realidad que se ha venido forjando delante de sus ojos, aunque no hayan querido verla.
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