"Mover momentáneamente la agenda política, colocar nuevos temas de debate ante una oposición errática y dubitativa, o incluso superar el segundo intento de vacancia no debería hacer sentir muy seguro al mandatario". (Foto: Presidencia)
"Mover momentáneamente la agenda política, colocar nuevos temas de debate ante una oposición errática y dubitativa, o incluso superar el segundo intento de vacancia no debería hacer sentir muy seguro al mandatario". (Foto: Presidencia)
José Carlos Requena

Cuando el debate político parecía inmutable, a la espera de la votación de la , el presidente dio un giro que, al menos momentáneamente, le devolvió la iniciativa. De haber concluido el día con el llamado a convocar al Acuerdo Nacional, al cierre de su largo mensaje, Castillo podría haber pasado la página. Pero vino el presidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres, a decir que la alocución había sido incompleta o cautelosa: no había incluido la propuesta de adelanto de elecciones.

Su pedido al Parlamento para poder asistir al hemiciclo no estuvo exento de cierto debate sobre sus reales motivaciones. ¿Se quería desinflar el proceso? ¿Quizá dejar sin piso a los promotores de la vacancia, respondiendo por anticipado las interrogantes planteadas? A solo pocas horas de que el mensaje se dé, incluso se supo de la trunca intención de sugerir el adelanto de elecciones generales en la eventualidad de que la vacancia llegara a materializarse. Por lo demás, dado lo inédito del suceso, era difícil saber cómo controlar aquello que el presidente podría o querría decir. No hay disposición constitucional clara sobre ello.

El misterio empezó a despejarse respetando, inusualmente, la hora pactada. El largo mensaje de Castillo, que bien podría haber correspondido a un aniversario patrio, persistió en la dinámica de victimización y de atribuir a terceros la responsabilidad del nubarrón político que el país enfrenta. La “inestabilidad”, según Torres. La zona de confort del impopular mandatario parece situarse en la imputación de culpabilidades: el comportamiento hostil que le atribuye a la oposición en su conjunto (que acaba de endosar a su cuarto Gabinete) y a los medios de comunicación.

La solución a ello: el diálogo. Un “último intento por la concertación”, según dijo el primer ministro Torres. Pero habría que buscar cuáles fueron los intentos previos. ¿El nombramiento del primer Gabinete, que recurrió constantemente a la retórica hostil? ¿La recurrencia en algunos nombramientos en sectores clave? ¿El distante trato dispensado a la prensa?

Durante la jornada previa, se había aprobado la moción de vacancia, algo que el presidente llamó “zancadilla”. Pero ese tropiezo no debería ser más que un ligero bache si los números persisten en mostrar que Castillo parece inmunizado contra la vacancia (los 44 votos del oficialismo duro, sin contar con los eventuales endoses de disidentes en varias bancadas).

Con el mensaje de la tarde del martes 15, Castillo parece haber querido retomar el control de la agenda política. Las serias sospechas de actos dolosos y los cuestionables nombramientos habían puesto al mandatario en la incómoda posición defensiva de la que seguramente quiso salir. De hecho, al concluir su mensaje ante el pleno, el mandatario podría hasta haberse sentido aliviado.

Pero, como pasó con Julio César, el futuro a mediano plazo –como los idus de marzo– podría resultarle adverso. El conocido diálogo del vidente que le advierte al emperador de una desgracia (el hecho de que lo asesinaran) en ciernes en la fecha podría replicarse en el caso de Castillo, aunque sin el trágico final ni de manera tan precipitada. Según narrara Plutarco, un incrédulo Julio César le dice al vidente: “Los idus de marzo ya han llegado”. La respuesta del vidente: “Sí, pero aún no han acabado”.

Mover momentáneamente la agenda política, colocar nuevos temas de debate ante una oposición errática y dubitativa, o incluso superar el segundo intento de vacancia (el desenlace más probable del lunes 28 próximo, salvo medie algún suceso o revelación de proporciones mayores) no debería hacer sentir muy seguro al mandatario. Tendría, más bien, que enmendar su rumbo de manera clara y sostenida, algo a lo que aún parece resistirse.