La selección peruana de fútbol, aplaudiendo y agradeciendo el apoyo de la hinchada. (Foto: Reuters)
La selección peruana de fútbol, aplaudiendo y agradeciendo el apoyo de la hinchada. (Foto: Reuters)
Andrés Calderón

El “Contigo Perú”. El himno nacional después de 36 años. El penal de Cueva. El gol de Mbappé. La lluvia de Ekaterimburgo. La eliminación. El calor de Sochi. El gol de Carrillo. El grito y abrazo contenidos. La reivindicación de Guerrero. El sudor de la barra. La amabilidad de los rusos. Las ganas de volver al Perú. Las ganas de no irnos aún del Mundial.

Al llegar a Moscú, no pensé que atravesaría una montaña apropiadamente rusa de emociones, ni mucho menos que una frase tan ajena como la que titula esta columna terminase por destapar las lágrimas contenidas de la temprana eliminación peruana del Mundial. Apreciado y futbolero lector, si aún no ha visto la emotiva del ‘Chicharito’ Hernández en la que invoca a su interlocutor a soñar con ganar la Copa del Mundo, véala.

Soy de esos hinchas sin remedio. Incomprendido por los analistas racionales del fútbol. Que va al estadio siempre y cree, sin mayor fundamento, que un Perú colero le puede ganar a Argentina o Brasil de visita. Para un hincha así, “imaginar cosas chingonas” como proponía el ‘Chicharito’ es una convocatoria irrechazable. Una evocación a la esperanza, al milagro, a la excepción que, el 99% de las veces, sin embargo, confirmará la regla. Durante gran parte de mi vida como hincha me sentí en minoría hasta que llegué a Sochi y vi pintarse un estadio de blanquirrojo para alentar a una selección eliminada ante Australia.

En Rusia, Perú no ganó solo tres puntos. Ganó miles –quizá millones– de hinchas incondicionales más. Y, sobre todo, ganó crédito para dejar volar la imaginación.

Imaginemos, entonces, que Ricardo Gareca quiere seguir siendo el director técnico del Perú, no solo por el cariño de la gente y lo rico que se come. Sino, principalmente, porque se quedaría al mando de una selección joven y en certero crecimiento. Porque su empleador, la Federación Peruana de Fútbol (FPF) –a diferencia de su par argentino, por ejemplo–, respeta los procesos y los contratos. No despide a dos entrenadores durante un mismo torneo clasificatorio ni está a punto de botar a un tercero que, en pleno Mundial, parecía más decorativo que una matrioska.

Imaginemos también que el puesto de director deportivo de selecciones se creó para quedarse y que siempre tendremos a una persona seria y profesional como Juan Carlos Oblitas mirando el bosque, pensando en el futuro. Asegurándose de que el trabajo de menores converse con el de la selección mayor y de que los directores técnicos a cargo de tales equipos respondan a una idea coherente.

Imaginemos que la FPF ha decidido encargarse del torneo de fútbol profesional porque ha comprendido que debe ser un tercero independiente de los mismos clubes el que tome las decisiones –y, con suerte, encargará la tarea a empresas o profesionales eficientes–. Que si tenemos tanta informalidad, tantos equipos insolventes, tantas administraciones temporales, tantos partidos reprogramados, tantas copas incas, y luego torneos de verano, y luego playoffs, y luego puntaje acumulado, y que solo 12 equipos, y luego 14, y luego 16, no, 17, e infinitos cambios de reglas de juego, es porque la ADFP nunca supo (o quiso) estar por encima de los intereses de los propios equipos.

Imaginemos que nuestros jugadores locales observarán en los 23 de Rusia el ejemplo de profesionalismo a seguir. Que nuestro periodismo deportivo responderá a la altura y no llamará a la mamá de un futbolista si este es sancionado, e involucrará más estadística a su análisis y menos ‘feeling’.

En fin, trabajemos seriamente para que en cuatro años no haya necesidad de imaginar cosas chingonas… porque las estaremos viviendo