Recordando 50 años de vida profesional, lo que me sorprende es lo constante de la sorpresa. Todo lo importante de la vida pública –los giros de la política, la economía y la tecnología– ha sido inesperado. Las ideas y las expectativas acerca del futuro, repetidamente, se pusieron patas arriba: el golpe militar de 1968 en un país donde ya se había instalado la democracia, el colapso productivo en los años 70 después de un cuarto de siglo de dinamismo económico, la hiperinflación en un país con un récord de moneda fuerte, el viraje político del intervencionismo al liberalismo en los años 90, el repentino fin de la guerra fría, el capitalismo dinámico de China, Sendero Luminoso, el ‘boom’ iniciado en el gobierno de Alberto Fujimori que duró 20 años, el despegue del Perú rural, la actual crisis financiera mundial.
Y quizá lo más trascendental: la tecnología digital, que desaparece las distancias y nos pone a los pies toda la información del mundo. ¿Cómo pude prever que la cotizada Enciclopedia Británica que compré en los años 90 se volvería, casi instantáneamente, obsoleta? Cada una de esas revoluciones nos agarró dormidos, incluso a los que nos dedicamos a analizar y proyectar la política y la economía.
En 1967 el economista Albert Hirschman publicó un estudio de 11 proyectos de desarrollo del Banco Mundial (BM). La lista sugerida por el BM incluyó la irrigación de San Lorenzo en Piura, motivo por el cual tuve la oportunidad de conocer al famoso profesor cuando vino al Perú para realizar el estudio. Me chismeó que la lista original había consistido de diez proyectos, pero que a última hora el BM le había pedido incluir uno más. Es que los diez de la lista original eran todos “éxitos” según el BM y, tardíamente, se habían dado cuenta de que el estudio sería más interesante si incluyera por lo menos un “fracaso”. Y justamente el fracaso que propusieron, el undécimo proyecto en la lista, era San Lorenzo, el proyecto peruano.
Pero, oh, sorpresa, después de dar la vuelta al mundo para conocer cada proyecto, la conclusión de Hirschman fue que el ránking de los proyectos, con los calificativos de “éxito” o “fracaso”, era un error. El proyecto recién nacido –dijo– llega al mundo con ciertas características estructurales, pero su éxito depende más de su futura gestión que de su diseño inicial. Como lo demostraron los 11 casos estudiados por Hirschman, siempre surgen los problemas no anticipados, pero también las oportunidades no previstas. Al final, lo determinante fue la creatividad en el manejo de lo no anticipado. San Lorenzo había sido catalogado como fracaso por las costosas indecisiones políticas y demoras en su ejecución, pero la demora significó la llegada de un nuevo régimen político, más preocupado por el problema social en el agro, que aprovechó la obra como un piloto para ensayar políticas de promoción de pequeña y mediana agricultura, con programas de apoyo crediticio y de capacitación.
La ciencia social nos trata de convencer que el mundo es más predecible de lo que realmente es. Hirschman era alemán, pero vivió mucho en América Latina. Quizá entonces había leído a Antonio Machado, “caminante, no hay camino: se hace camino al andar”.